Después del baño, cerca del mediodía, fuimos en el transfer del hotel hasta el aeropuerto y subimos al autobús 783, que nos llevó hasta la Piata Unirii, donde caminamos un rato, aunque el calorazo imperante nos aconsejó sentarnos en una terraza callejera para beber una limonada muy fría y relajante. Nos sorprendió la calidad de esa bebida, con un intenso sabor a limón, buenos trozos de ese cítrico, un jugo espeso y todo muy frío. Valió la pena. Nos adentramos en el gran complejo comercial "Stradivarius", en el que recorrimos todas sus plantas y comprobamos de esos grandes almacenes son bastante similares a los del resto de Europa. Si acaso, los precios son algo más bajos. Aún volvimos a sentarnos en otra terraza al otro lado de la plaza, en la que repetimos las limonadas, y nos adentramos en su interior, porque nos pareció ver como una exposición de cafés, y, efectivamente, hallamos un bonito rincón, muy cuidado, con aspecto tradicional, en el que una jovencita, que después supimos se llamaba Iulia, nos sorprendió hablándonos en un español aceptable. Al preguntarle cómo había aprendido tan normal español, nos
Charlamos un rato con ella, y hasta nos hicimos unas fotos juntos, y prometí escribirle, como así ya he hecho. Como el calor no nos abandonaba, nos adentramos en el barrio tradicional y antiguo, y allí en una tienda de "souvenirs" adquirí unos detallitos para llevar como obsequio y recuerdo a los familiares y amigos en España. A renglón seguido, volvimos a sentarnos en la terraza del restaurante en el que habíamos cenado el anterior día, y allí volvimos a recrearnos degustando un exquisito solomillo de buey. Bien servido y a precio razonable (equivalente a 10 Euros).Un nuevo paseo por la Piata Unirii y un buen rato de relajación junto a su monumental fuente central nos
La realidad es que el calor nos retrajo en la visita a Bucarest, y decidimos no cansarnos en exceso, especialmente porque tendremos posibilidades de regresar pronto. Con la satisfacción de estar concluyendo felizmente nuestro viaje, descansamos muy bien en la noche. El siguiente día teníamos programado nuestro vuelo hasta Valencia (compañía Blue Air), con salida a las 16'30, aunque debíamos efectuar el check-in dos horas antes. Por ello, tras el desayuno terminamos de cerrar nuestro equipaje, y alrededor de la una de la tarde nos fuimos al aeropuerto. Enn la terminal de salidas del aeropuerto había muchísima gente, y hubimos de esperar un buen rato para entregar el equipaje, y más aún hubimos de aguardar cuando la salida del vuelo se retrasó casi noventa minutos. Había tal aglomeración de gente que la sala de espera para el vuelo a Valencia no tenía ni un asiento libre, y hubimos de irnos a una cercana que también
Por fin accedimos a la aeronave, y nos hallamos en la desagradable tesitura de que unos rumanos no demasiado educados y bastante rudos habían ocupado nuestros asiento y pretendían que nos mudásemos a otros, con la excusa de que ellos estaban con una niña pequeña que quería estar "entre sus papás". Hube de ponerme serio, y mostrando las tarjetas de embarque, exigí, entre los refunfuños en rumano del hombre, que cada cualse sentara en su lugar. Me extrañó esa falta de educación, que era prácticamente la primera que habíamos sufrido en Rumanía. El vuelo fue bastante tranquilo, y con una hora de retraso pisamos tierra valenciana.Los recuerdos de nuestro viaje a Rumanía comenzaron a agolparse en nuestras mentes, y nos sentimos satisfechos, porque, además de haber seguido las huellas del hispánico Trajano, habíamos tenido la oportunidad de disfrutar con la deliciosa familia Ierulescu, con la que habíamos sellado una amistad auténtica. SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA