“- Pero ¿y si todos somos creadores de ficciones, como llama usted a Coetzee? ¿Y si todos nos inventamos continuamente las historias de nuestra vida? ¿Por qué lo que yo le cuente de Coetzee ha de ser más digno de crédito que lo que él mismo le cuente?
- Claro que todos somos creadores de ficciones, no voy a negarlo. Pero ¿qué preferiría usted tener: una serie de informes independientes procedentes de una gama de perspectivas independientes, con las que luego podría tratar de sintetizar un todo, o la enorme y unitaria proyección del yo que comprende su obra? Yo no sé qué preferiría.”
Verano, J. M. Coetzee
De mis primeros años de aprendizaje del latín recuerdo las insistentes referencias a la pretendida objetividad de César en sus Comentarios a la Guerra de las Galias y a la Guerra Civil, en los que se refería a sí mismo tercera persona de singular mediante. Ya en alguna otra ocasión he tratado por aquí de las implicaciones del uso de la primera persona de singular en la narración; de cómo los lectores, en nuestra ingenuidad, nos dejamos llevar y tendemos a identificar el “yo” de una narración con su autor. Démosle hoy la vuelta a la moneda. No cabe duda de que la tercera persona, la no-persona, que diría E. Benveniste, es más aséptica, menos comprometedora que la primera pero ¿es más objetiva? Lo parece, sin duda; de ahí la elección del dictador romano. Entre el parecer y el ser media, sin embargo, un buen trecho, también en el tema que nos ocupa, y así se lo indica Sophie al joven académico que en Verano recopila testimonios de aquí y allá sobre ese escritor ya fallecido que fue Coetzee. Pueden leerlo Vds. en el párrafo que abre esta entrada. Y no, no es que el triunfo de nuestra selección haya silenciado la muerte del Nobel sudafricano. A día de hoy, el J. M. Coetzee real vive y colea pero no el que protagoniza Verano, presentado como el último volumen de su autobiografía, tras Infancia y Juventud.
Verano es una broma metaficcional -perdónenme la jerga, por favor- digna del Roth de Operación Shylock, Los hechos o La contravida; una broma sorprendentemente divertida y bienhumorada en la que el severo y preciso autor de las escalofriantes Vida y época de Michael K, Esperando a los bárbaros y Desgracia se ríe de sí mismo o de su hombre de paja, según se mire, presentándose/lo como un tipo peculiar, ingenuo e idealista, retraído y prudente hasta decir basta, incapaz de cualquier forma de intimidad, ya sea con su padre, con el resto de su familia, con sus colegas o, sobre todo, con las mujeres. Hay también lugar en ella, eso sí, para la Sudáfrica más brutal, árida y violenta -por naturaleza y por las absurdas convenciones de los afrikáners que la habitan- aunque mucho menos que en otras ocasiones. Y es por esto por lo que aunque no suele ser Coetzee, dada su brutalidad, una opción de ocio muy atractiva para la época de relax estival, en esta ocasión incluso lo he llevado a la playa, donde, créanme, no desentona demasiado. Así que yo, en su lugar, leería; aun más, leería ahora.