Original planteamiento el elegido por Coetzee para esta tercera parte de su autobiografía que completa a Infancia y Juventud.
Un biógrafo ficticio realiza una serie de entrevistas a personas que conocieron al fallecido (esto también es ficticio, por si alguien no lo sabe) John Coetzee. El libro plasma los textos que habría escrito el supuesto biógrafo tras charlar con los entrevistados, pero deja también hueco a los diálogos que mantiene con ellos: intervenciones causadas por el desacuerdo de los entrevistados con la versión de unos textos que muchas veces, como suelo ocurrir en las biografías, buscan el chime fácil y el detalle morboso.
Todo esto le sirve al gran Coetzee, entre otras cosas, para dejar su biografía escrita antes de morir; y es que nunca quiso que nadie más la escribiera... Pero, además, le sirve también para reflexionar sobre la profesión del escritor y sobre la condición humana, aspecto que maneja con virtuosismo en todas sus obras. John se critica a sí mismo con vehemencia a través de los ojos de supuestos amigos, familiares, amantes y compañeros. Vulgarmente dicho: se pone a escurrir mientras analiza su incapacidad para amar y para dejarse llevar por lo mundano. Pero en la propia ironía está la trampa. John no es sólo un gran escritor, sino también un gran hombre que intenta vivir al márgen de los focos y el ruido mediático, un raro [(...)tener talento narrativo no basta si uno quiere ser un gran escritor. También tienes que ser un gran hombre, y él no lo era. Era un hombre pequeño, un hombrecillo sin importancia. p.190]
Coetzee es un gran conocedor del ser humano. En esta obra profundiza en los oscuros aspectos de su personalidad para autoanalizarse. No obstante, también adopta voces femeninas que nos cuentan cómo lo ven. Y no solo eso, además es capaz de ponerse en la piel de las mujeres que le rodearon hasta conseguir pensar y sentir como ellas. Un excelente ejercicio de empatía, por cierto.
La biografía narra sus primeros años como escritor, a principios de los setenta, antes de ser reconocido, y toca temas como la relación con su padre, la familia, la inhibición social y, por supuesto, la cruda realidad de la Sudáfrica del Apartheid donde, no lo olvidemos, Coetzee, a pesar de su formación en lengua inglesa, no dejaba de ser un Boer más. Y aquí plasma perfectamente la diatriba moral con la que algunos de los suyos vivían en aquellos años.
La propia idea de la novela y su potencia me parece lo más destacable de la obra. Contiene párrafos magistrales y reflexiones geniales, pero, a mi entender, una de las historias se detiene demasiado en los detalles y ralentiza el ritmo del conjunto. Hecho que, no obstante, no afecta demasiado al carácter general de la obra. Una obra, por otro lado, ciertamente grave y profunda, que demuestra de nuevo la calidad y maestría de este autor que estudió en los Estados Unidos, regresó a Sudáfrica y actualmente vive en Australia, donde, si nos fiamos de la narración de Verano, espera morir…
N de A: Aprovecho el título del artículo para desearos un buen verano a todos. Este menda se va fuera y tardará unas semanas en volver y actualizar este blog.