Verano sin estío, o por qué amé a ese hombre

Por Adalbertogarcia

La reflexión que ahora reflejo aquí me vino por revisitación. Cayó hace unos días en mis manos, por casualidad, un tomo de las obras completas de Camilo José Cela Trulock que Destino editó en 1989 y yo adquirí en 1996, seguramente, como era mi costumbre, en una feria o en una librería de viejo. En ese tomo, el 4, se recogían los relatos que vieron la luz con el sugerente título de El Gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos.Son relatos morosamente compuestos a finales de los años 40 y que mostraban ya el fulgor inmarchitable del estilo de don Camilo, y también esa tendencia a la recreación y la revisitación que durante toda la madurez le acompañó, hasta que seguramente se hartó tras la Mazurca para dos muertos y no volvió a hablar de sí mismo y de sus obras y hechos pretéritos salvo en la televisión y para descojonarse un rato.


Pero hablamos de una época en la que nuestro autor era alto y casi distinguido, un señorito culto dedicado a quintaesenciar la España bárbara y atrasada de la época, poniendo el foco en sus miserias y también en sus inimaginables virtudes. Escribía con pluma, a la luz pobre de lámparas de incandescencia eternas o de velas de sebo, reflexionando el uso, la oportunidad y el significado de cada palabra, como un extranjero que aprendiera el idioma. Y yo, que seguramente leí en su momento, pero había olvidado, encontré una nota a la palabra estío recogida a pie de página, en la que con contundencia afirma: “El dicc. confunde el verano con el estío”, y pasa a explicar por qué.

La meditación es sencilla, y tiene tanto una lectura histórica y etimológica como una lectura geográfica. En efecto, lo que no podemos obviar es que la diferenciación por estaciones que ahora mismo tenemos en vigor deviene de nuestra posición latitudinal, que es lo que permite la eterna sucesión de las cuatro estaciones que hoy aceptamos. Los romanos, tan ecuménicos ellos, nombraron para el futuro las estaciones, pero quizá por su vocación agraria determinaron que la época de germinación y maduración de los frutos del campo inauguraba el año, que comenzaba en marzo (por vocación agraria, quizá, pero no olvidemos que marzo proviene de Mars, Marte, que es tanto el dios de la vegetación como el dios de la guerra, que también reverdecía cuando se abrían los caminos después de haber pasado los ejércitos el mal tiempo acuartelados). Con marzo comenzaba el primo vero, o primer tiempo cálido, al que seguía propiamente el veranum tempus, o tiempo cálido. El estío venía después, y el término aestas provenía de aestus (calor ardiente). La distinción entre verano y estío se alargó hasta el siglo XVII, y es famosa esta cita de Cervantes donde habla, claramente, de cinco estaciones:

‘Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado es pensar en lo escusado; antes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a su fin ligera más que el tiempo, sin esperar renovarse si no es en la otra, que no tiene términos que la limiten’’.

Podemos ver entonces que había diferencia entre verano, o tiempo cálido, y estío, o tiempo caluroso. La fusión de ambos términos la atribuye Cela (quizá, dice) al Tesoro de la lengua de Covarrubias (“ordenancista autor que dio primacía al almanaque sobre el sentimiento”), y si muchas lenguas optaron por el término verano, al parecer por su sencillez, otras, como el catalán, prefirieron la otra, y así aún se dice “estíu”. La acepción estío la reserva por ello Cela al periodo de tiempo caluroso y seco, tan propio de estas latitudes medias como ajeno a las zonas ecuatoriales o a las más alejadas de él, donde los veranos suelen ser frescos y lluviosos por cosas tan curiosas como la fuerza de Coriolis, la posición del planeta en la traslación y la circulación general de la atmósfera, que no podemos detenernos aquí a explicar. Y niega así que verano y estío sean sinónimos, pues podría hablarse de un verano desapacible, lluvioso y frío, pero no podríamos decir de él que fuera estío.

De esta manera, aunque en la actualidad el Diccionario de la Real Academia da aún estío como sinónimo de verano creo que debemos aceptar el matiz propuesto. De la profunda raigambre del estío provienen por ejemplo los nombres científicos del trigo candeal (Triticum aestivum) o la trufa (Tuber aestivum), productos que se recogían en las épocas de más calor, cuando daba fin su periodo de maduración, o el término estiaje, con que se nombra el caudal mínimo de un curso de agua por causa de la sequía. Algo propio del estío, pero no siempre del verano.