Los triángulos y círculos, esferas y cubos de Euclides, Arquímedes, Pappus, Apolonio y todos los demás geómetras antiguos y modernos, en todos los distantes lugares y tiempos del mundo, fueron a la vez indivisiblemente uno y el mismo, perfectamente inmutables e incorruptibles, siendo de esta índole la ciencia geométrica. Por cuya causa Aristóteles ha afirmado también de estos objetos matemáticos que no se encontraban en ninguna parte como en un lugar, al modo en que se encuentran todos los cuerpos singulares: "Es absurdo hacer que los objetos matemáticos estén en un lugar, como lo están los cuerpos sólidos; pues el lugar pertenece sólo a los singulares, que son por consiguiente separables unos de los otros mediante el lugar; pero las entidades matemáticas no están en parte alguna." Puesto que, siendo universales y abstractas, están sólo en las mentes. No obstante, por la misma razón, están en todas partes, hallándose en toda mente que las aprehende. Por último, estas esencias inteligibles son llamadas también por Filón "las esencias más necesarias", al ser no sólo eternas, sino poseyendo igualmente como propia la existencia necesaria. Pues, aunque no se da una necesidad absoluta por la que deba haber materia o cuerpo, con todo se da una necesidad absoluta de que haya verdad.
Si, por consiguiente, hay inteligibles o ideas eternos y verdades eternas, y les pertenece la existencia necesaria, entonces debe haber una mente eterna necesariamente existente, dado que estas verdades y esencias inteligibles de las cosas no pueden estar en parte alguna excepto en una mente. (...) Debe haber una mente previa al mundo y a todas las cosas sensibles tal que se comprendan en ella las ideas de todos los inteligibles, sus vínculos necesarios y relaciones recíprocas, y todas sus verdades inmutables. Una mente que no deba (como al respecto escribió Aristóteles) entender algunas veces y otras veces no entender, como si estuviera en ocasiones despierta y en ocasiones dormida, o como un ojo, a veces abierto y a veces cerrado, sino una mente que sea esencialmente acto y energía y en la que no haya ningún defecto. Y ésta, como hemos declarado ya, no puede ser otra que la mente de un Ser omnipotente e infinitamente perfecto, comprendiéndose a sí mismo y el alcance de su poder, en la medida en que es comunicable, esto es, todas las posibilidades de las cosas que pueden ser hechas por él y sus respectivas verdades.
(...)
Las verdades no se ven multiplicadas por la diversidad de mentes que las aprehenden, puesto que son participaciones ectípicas de una y la misma mente y verdad arquetípica. Así como la misma cara puede ser reflejada en varios cristales, y la imagen del mismo sol puede estar en mil ojos que lo contemplen a la vez, y una y la misma voz puede estar en mil oídos que la escuchen, semejantemente cuando
innumerables mentes creadas tienen las mismas ideas de las cosas y entienden las mismas verdades no es sino una y la misma luz eterna la que se ha reflejado en todas ellas ("la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre" [Jn. 1:9]), o la misma voz de esa Palabra imperecedera, que jamás calla, resonando en ellas.
Cudworth