Veredicto: La globalización culpable

Publicado el 20 mayo 2013 por Jocoma


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elpais.com
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Europa y el G-20 retan a los ‘búnkeres’ fiscales

La falta de resultados en 2009 les chamuscó; ahora disponen de más herramientas de presión
El mundo aprieta contra los paraísos fiscales y el dinero sucio
Fue a finales de la década de los ochenta cuando la gran mayoría de los mortales comenzamos a escuchar la palabra “globalización”. Al principio no teníamos demasiado claro lo que quería decir, pero intuíamos que la cosa iba por un mundo sin fronteras, un mundo global… el gran progreso. Algunos ingenuos, optimistas bienpensantes como yo, se nos ocurrió creer que el gran paso hacia el desarrollo de la Humanidad ya estaba ahí. Vimos que ese mundo ideal sin fronteras, que permitiría la evolución y por tanto el crecimiento de las personas, por fin iba a ser posible. Creímos que las culturas iban a dejar de estar circunscritas a un territorio, a una sociedad más o menos cerrada o con limitaciones. Llegamos a pensar que por fin las comunicaciones tanto virtuales como presenciales a través de los medios y del turismo iban a propiciar el intercambio cultural en el que las culturas, las civilizaciones, se hicieran más laxas, menos radicales, menos provincianas, más tolerantes. Creímos que era el momento del “ciudadano del mundo”. Pensamos que el poder de unos pocos ya iba a ser insostenible porque los ciudadanos adquirirían consciencia y con su voto y presión no iban a permitir que les dominasen dictadores, lobbies de presión, políticos, el mundo financiero... Creímos que una nueva corriente de comprensión iba a unir a las personas. Pero evidentemente confundimos nuestro deseo con una realidad bien distinta.

Treinta años antes, en la Europa de mediados de los sesenta nació lo que se denominó la Comunidad Económica Europea (CEE) o Mercado Común, cuyo precedente estuvo en la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Estaba claro; como siempre los intereses de los poderosos iban por delante. No se quería conseguir una sociedad más rica, más justa, más solidaria, más culta, más libre, no. Fue simplemente una convergencia de intereses económicos. Se trataba de “lo verdaderamente importante”: el dinero. Aún no era el tiempo de las personas. No obstante, poco a poco, se les fueron haciendo concesiones a los ciudadanos. El crecimiento de la consciencia de los europeos y sus exigencias fueron evidenciándose. Las presiones que estos ejercían sobre sus dirigentes hicieron que estos fueran soltando cuerda poco a poco pasando a convertirse en una Europa social de un alto nivel de satisfacción y protección con el llamado “Estado del Bienestar”. A pesar de todo el capital siguió a la suya, pensó en mejorar sus intereses y a principios del siglo XXI hizo realidad una moneda única para una buena parte de Europa.

Es bien sabido en círculos económicos, políticos y de estudios sociales, que periódicamente aparecen finales de ciclos que reajustan economías en forma de crisis. Esto es natural porque el sistema perfecto no existe y precisa continuamente adaptarse y buscar un nuevo equilibrio de fuerzas. Se ha venido regulando legalmente la protección a la parte débil de la sociedad, las personas; se regulaban también los mecanismos de protección para los fuertes (la economía) pero en clave local, interna. Cuando apareció lo que realmente era la globalización, no había prácticamente legislación alguna, aquello era jauja, por fin el capital “era libre”. Aquello fue un estallido. El dinero había encontrado por fin su territorio: el mundo. No había patrias, no había legislación. Los dirigentes políticos de los países pronto vieron esto, pero ante tal “prosperidad”, frente a tantas presiones, con los ingresos que les llegaban de todos sitios para ellos, sus partidos y sus medios… no “tuvieron más remedio” que callar y dejar hacer. Aparecieron los paraísos fiscales que eludían el pago de los impuestos y situaban inmensas cantidades de capital en lugares estratégicos, preparadas para acudir a una buena oferta de negocio. Una globalización que ha creado mercados internacionales a los que poder acudir las bancas especuladoras que vieron negocio e hincharon valores, que ha deslocalizado empresas y ha explotado personas de otros países del tercer mundo.

Era evidente lo que estaba pasando, pero el ciudadano tenía sus problemas, vivía inmerso en su mundo obcecado y estaba dormido a las injusticias que este movimiento producía. Tenían que haber reaccionado los países pero no lo hicieron porque sus dirigentes estaban implicados. No se regularizó. Como mucho pequeños acuerdos puntuales pero nunca se hizo nada a nivel global. Cada cual ha ido a lo suyo, el problema no se atajó a tiempo y ha quedado patente con esta crisis. Ahora, como ocurre con las mafias que si las dejas crecer demasiado llegan a ser imposibles de desarraigar, no hay soluciones locales, sólo es posible desde una solución global. Un problema global necesita una solución global, si no, está condenada al fracaso.

A pesar de que en tiempos antiguos hubo “globalizaciones serias” como la fenicia, la griega o la romana y más tarde las colonias, lo bien cierto es que con el tiempo el oscurantismo del medioevo propició un encierro protector en sí mismo. Esto continuó con el nacimiento de las naciones y la era industrial, y poco a poco se fue viendo la oportunidad de negocio que acabó surgiendo después de las dos grandes guerras.
 
En definitiva, con el tiempo y el crecimiento de las comunicaciones, el mundo del poder (el capital, que no para) aprovechando las nuevas tecnologías, fue perfilando nuevas oportunidades de negocio para seguir creciendo ellos que es lo único que les importa. “De paso, seguro que al ciudadano algo le llegará” podrían llegar a pensar si es que eso es posible. Lo que no pensaban, lo que quizás nunca llegaron a creer, es que algunos de los “suyos” se pasarían y forzarían sobremanera el sistema llevándolo a su ruina definitiva. De La Gran Depresión del 29 del siglo pasado, se ha pasado ahora a La Gran Crisis de principios de este siglo.
La conclusión no es decir que esto siempre ha sido así, es y será, no. Esto lo dirán los resignados pragmáticos y acomodaticios, egoístas a los que no importan los demás. La solución va por la toma de consciencia de la población y la exigencia de una legislación para las personas y no para los poderosos.