PASARÁ MUCHO TIEMPO antes de que podamos olvidar las imágenes del 25-S. Singularmente las capturas de vídeo con la “brillante y ejemplar” actuación policial entorno al Congreso de los Diputados. Entiendo que, en circunstancias así, no debe resultar fácil gestionar una situación tan explosiva. Eso no quita para que los mandos policiales, y los políticos que les guían, sean especialmente cuidadosos para que a nadie se le vaya el asunto de las manos. Tampoco estaría mal que no caldearan el ambiente con declaraciones incendiarias.La policía, ya lo sabemos, no está para repartir caramelos, no es su especialidad. Ni con este Gobierno ni con el anterior. Pero tampoco está para perder los papeles. Y en este sentido sería de muchísima utilidad que el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, y la delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes, dieran explicaciones sobre la dudosa participación de policías infiltrados con capuchas ("que soy compañero, ¡coño!") o esa inconcebible intervención dentro de la estación de Atocha con agentes disparando balas de fogueo en los andenes. Como en los viejos tiempos.
La presencia, inadmisible y condenable, de algunos radicales y antisistema, frente a miles de manifestantes pacíficos, no debería servir de excusa para que los antidisturbios se ensañen con brutalidad. Control y sosiego es lo menos que se les puede pedir para evitar males mayores. Los que estaban en Neptuno, en Canalejas o en Sol, mal que le pese al Gobierno, también estaban defendiendo la democracia. Igual, al menos, que los agentes de la UIP que trataban de evitar el “asalto” al Congreso. La democracia se ampara desde las instituciones, claro que sí, pero también se protege en la calle.
Tan deleznable es la teoría del “leña y punto”, defendida con tanto sosiego y diplomacia por algún dirigente sindical de la policía, como la de los políticos que equiparan protesta con golpismo, como la de los descerebrados violentos que manchan y enturbian el legítimo cabreo de la gente a manifestar hartazgo por la situación. En ocasiones pienso que el objetivo último de esta “proporcionada actuación” es meter miedo a la gente para que la “mayoría silenciosa que no se manifiesta”, de la que habla Rajoy, sea cada vez mayor. Mucho me temo que por esa vía no lo van a conseguir. Al contrario.
Dicho lo cual, no me sorprende nada que el ministro del Interior y la delegada del Gobierno defiendan a la policía. En caso contrario tendrían que dimitir. El harakiri en política no existe.