“Pues amarga la verdad
quiero echarla de la boca
y si al alma su hiel toca
esconderla es necedad”.
Quevedo.
La mentira, en una extensión nunca conocida, nos gobierna. Se puede uno levantar una mañana y encontrarse con las auto justificaciones de un ministro, responsable de causar la muerte a quince seres humanos que intentaban huir de la miseria, con la revelación de la policía suiza de que un senador de nuestro país tiene una cuenta oculta con 1,5 millones de euros o con que una empresa gasística ha nombrado, de una tacada, a cinco ex cargos de una misma formación política como miembros de su Consejo de Administración.
Y no les da la más mínima vergüenza. Han hecho del robo y del engaño una tecnología punta. El ministro se apoya en un “guerrillero de Cristo Rey”, que en el pasado, amenazó, pistola en mano, a los ilusos que defendían la democracia, al senador le parecían pocos los cinco años de pena que había impuesto un juez a tres jóvenes por arrojar una tarta a una presunta corrupta y la empresa de gas, subirá mañana las tarifas a los consumidores con el total beneplácito de los cinco nuevos consejeros y del partido donde abrevan.
El nuevo orden se construye sobre el saqueo, la impunidad y los currículos inventados. Se apoya en la miseria y en la necesidad extrema y convierte a los seres humanos en desechos de pelota o bala de goma, disparada desde el fascismo genital acumulado.
Van a las tertulias e imparten cátedra. De equidad, ponderación y amor patrio. Se contraen las neuronas y se dilatan las cuentas ocultadas. Reclaman cárcel para estos o los otros y engordan sus cuentas en la intimidad del “estado banco”. Y en la convocatoria electoral siguiente los vuelve a votar. A ellos y a su mierda. A sus pelotas de goma, a sus tarifas eléctricas y a sus cuentas suizas.
¡Vergüenza de país, vergüenza de patria y vergüenza de patriotas! Se les llena la boca de patria y de bandera y no pueden vivir un segundo sin robar y sin matar. Se creen el corazón del mundo y su sístole y su diástole está marcado por un exilio de la justicia, por una connivencia perpetua con la mentira y la muerte ajena.
El mundo seguirá andando hacía no se sabe dónde, -¿hacia el llanto de los niños de Ruanda o las noches de insomnio de seis millones de seres?- pero allí, sentados en los sillones de los Consejos de Administración o pisando la moqueta de un ministerio o de un banco helvético, estarán ellos. Y su mierda con ellos.
Vergüenza.
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