Viaja a Japón III. Nara

Por Mariojj75

Retomo hoy la narración de nuestro viaje a Japón. Como ya había comentado, al llegar a Nara nos ofrecieron la posibilidad de que nos acompañara una guía, totalmente gratis. Yo siempre he sido muy reticente a eso de viajar con un guía. No me gusta que nadie ordene mis pasos y menos aun mis sensaciones. Esta vez, sin embargo, nos pareció una buena idea, puesto que no sabíamos nada de esa ciudad, no habíamos preparado la visita y no sabíamos ni por dónde empezar. La verdad es que fue un acierto, nuestra guía preparo un itinerario fabuloso para adentrase en la milenaria Nara. Debo admitir que Nara es mi ciudad favorita de todas la que visitamos en nuestro viaje. Al llegar el viajero retrocede en el tiempo, no en vano Nara fue la capital más antigua de Japón. Fue fundada en el año 710 y fue considerada la primera capital permanente del país nipón.
El primer templo que visitamos fue Templo el kofjiuku. Este templo fue sede principal de la secta Hossō, y uno de los predilectos del clan Fujiwara. El kofjiuku fue construido en las afueras de la provincia mucho antes de que Nara fuera capital, siendo trasladado a Nara en el año 710. Los japoneses ya eran expertos arquitectos y construían este tipo de templos independizando cada una de las plantas, de este modo, en caso de terremoto, las plantas se moverán en sentido contrario unas de otras. A esto se le llama el baile de la serpiente. ¿El resultado?, este templo lleva 1400 años aguantando los desafíos los terremotos, bastante comunes en Japón, todo sea dicho de paso.

Fue allí donde aprendí el rito de purificación que se realiza en las fuentes a la entrada de los templos. La primera vez lo hice como algo curioso que me enseñaba la guía. Sí, tengo que admitirlo, lo hice como un turista que imita lo que hacen los lugareños sonriendo mientras le tiran la foto. Sin embargo, después lo repetía a la entrada de cada templo, con la mayor humildad y como símbolo del respeto que siento por la cultura japonesa y sus gentes. El ritual es bastante sencillo, cogemos el cazo, nos lavamos la mano izquierda, luego la derecha, tomamos un pequeño sorbo de agua y lo escupimos. Dejamos caer el agua restante por el mango del cazo, para así limpiarlo, y lo dejamos bocabajo exactamente en la misma posición que lo hemos encontrado. Nunca me encontré un cazo fuera de lugar, ni roto, no, eso no se concibe en Japón. Imagino si tuviéramos en España una tradición parecida, cada uno dejaría el cazo donde su buen entender, que para eso es suyo, creyera oportuno, la mayoría de los cazos estarían rotos o perdidos, lo niños jugarían con el agua sagrada mientras los padres miran a otro lado, en fin… De hecho solo una vez vi como este ritual no era respetado: dos jóvenes parejas se salpicaban , usaban los cazos para echarse más agua, gritaban y reían mientras los japoneses, que pacientemente hacían cola para ir a rezar a sus templos, miraban resignados al suelo. Eran españoles, y por primera vez sentí vergüenza de tener el mismo pasaporte que ellos. Me acerqué y les pedí que por favor terminasen, que ese era un lugar de culto y que la gente esperaba para rezar sus oraciones. Se fueron sin ni siquiera disculparse. Qué fácil olvidamos que cuando viajamos somos todos embajadores de nuestro país.

Aconsejados por nuestra guía, dejamos que nuestros pies nos llevaran al templo de Todaiji. Para llegar aquí tuvimos que pasar por el famoso parque de Nara, donde cientos de ciervos corretean en libertad. Es este uno de los mayores reclamos turísticos de Nara, el ciervo es un animal sagrado y venerado en toda la ciudad. Los ciervos están completamente acostumbrados a la presencia del hombre, acercándose si ningún miedo para ser alimentados. Marisa vivió entonces el que quizás fuera su momento más feliz de todo el viaje, no porque los joviales cervatillos alegraran su corazón, sino porque uno de los angélicos animalitos me envistió, con su nada desdeñable cornamenta, cuando me quedé sin galletas con las que alimentarle.

La vista del templo Todaiji es simplemente maravillosa. Queda deslucida, eso sí, por el gran número de turistas que invaden la zona. Pero este es el mundo que nos toca vivir, y cada vez quedan menos lugares no profanados por las agencias de viajes. Ya lo he dicho en alguna otra ocasión, entre el viajero y el turista solo hay una diferencia en la mentalidad. El turista contamina con su presencia. El viajero procura pasar inadvertido, es cómplice del silencio, lo necesita para pensar, pues su viaje es de fuera para dentro y no al revés. El viajero busca momentos y sensaciones, no le hace falta posar continuamente para la foto.

Para entrar al recinto del templo hay que atravesar la gran puerta Nandai-mon, con una estatua en madera de un guerrero Nio a cada lado. Estas tallas del siglo XIII son consideradas como las más bellas del Japón. El templo de Todaiji es además famoso por albergar el buda sentado más grande de Japón. Detrás de la estatua hay una columna de madera con un agujero en la base, es tradición pasar por el agujero, pues dicen que esto nos dará la sabiduría eterna y felicidad para todo el año. No menos impresionantes son los gigantescos guerreros que guardan el templo.


Después de acabar nuestra visita, y despedirnos como se merece del gran buda, me dirigí al templo Nigatsu Do. Digo me dirigí pues Marisa decidió esperar abajo y descansar unos pies ya de por si hinchados por el embarazo. A Nigatsu Do se accede subiendo por unas escaleras que nos llevan a la puerta principal del complejo. Las vistas desde allí son espectaculares, te sientes trasportado a una de esas películas de Akira Kurosawa. La puerta de entrada a los templos, la gran campana budista y todos sus edificios te hacen pensar en el esplendor de otra época. Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue un pequeño altar dedicado a todos aquellos niños que nunca llegaron a nacer. Un pequeño buda guardaba el altar al que los padres suelen llevar pequeños juguetes para los hijos que nunca fueron. Le pedí a mi guía que me dejará solo unos minutos, y recé por todos esos niños y por Diego, al que le estaba costando venir. Recé como suelo hacerlo, daba lo mismo si estaba ante una figura de Buda, pues en el fondo, si Dios existe, seguro que entiende más de personas que de religiones.


Después de reunirme con Marisa, nos encaminamos hacia el templo de Kasuga-Taisha. Quizás fuera esta la parte que más me gustó de nuestra visita a Nara. Atravesamos un frondoso bosque custodiado por 1700 linternas de piedra y 1200 faroles colgantes. En el día de Setssubun, a comienzos de febrero, y el 14 y 15 de agosto se encienden todas esas lucen dejando todo el jardín iluminado. Todo el lugar invita al recogimiento, siendo para mi mucho más bonito el camino que llega al templo que el templo en sí. Como la vida misma.


Mario Jiménez.