Hoy, quedan poco más de quince días para coger un avión que conecte Barcelona con Moscú, y Moscú con Nueva York. Hoy, me ha salido un grano debajo del ojo. Uno de esos sin cabeza, de esos que duelen tanto y que las personas que jamás hicimos caso a un dermatólogo apretamos rechinando los dientes y deseando que explote para liberarnos del dolor; sin pensar en poros, marcas, bacterias o cicatrices.
Esa es la razón por la que apenas he escrito nada en todo este mes. Hablo del viaje, claro, no del grano; para ocuparte de ese grano no necesitas pasaportes en una caja de madera que se acompañan de unos cuantos miles de dólares, el carnet de conducir internacional y una bucket list a medio rellenar para que, al salir de Chicago, podamos sumergirnos en un verdadero viaje por carretera conectando moteles, ciudades y estados a lo largo de más de 5.000 kilómetros. Al menos esa es la idea.
De algún modo, todos los proyectos que tenía en mente se han detenido ante la esencia de un verdadero viaje transatlántico de más de un mes y ese hormigueo que, poco a poco, va convirtiéndose en miedo, incertidumbre, deseo e incluso necesidad mientras dejas volar tu imaginación con los ojos fijos en una mesa constantemente repleta de guías de viaje, mapas de carreteras, portátiles con consejos y hojas garabateadas con un programa calendarizado con el que nadie debería acorralarse demasiado.
El camino del nómada siempre conduce al Oeste.
Wallace Stegner (1909-1993)
A primera hora de la tarde, también suelo tumbarme unos minutos en la cama a descansar tras el madrugón diario. Hoy, ese grano que se ha empeñado en acompañarme hasta la treintena no me ha dejado pegar ojo y, con el viaje tan cerca, no he podido evitar pensar en lo cansados que vamos a llegar a EEUU tras una escala de 5 horas en Rusia y un vuelo de casi 11 horas hasta aterrizar en el JFK a mediodía. Un día entero de aviones y aeropuertos para el que tengo prohibido usar frases repletas de sarcasmo o quejarme mucho, dado el precio que mi chica consiguió y lo poco que yo me preocupé de mirar los billetes de ida. Craso error: lo sé.
Sin embargo, en todo caso, esto solo engrandece el viaje, desde el principio y hasta límites de lo absurdo, algo que siempre he respetado y que, si no me bombardean o despeñan el avión —sí, soy uno de esos tipos que cuando hay una turbulencia mira con ojos de cordero degollado a toda su fila de asientos—, solo será un mal menor y un jet lag del carajo, si es que eso existe y no son cuentos.
Pero lo de los perros será otro cantar. Un mes sin animales cerca es algo que sé que llevaré mal desde el principio, desde mucho tiempo antes del día en que partamos, y por mucho que nos hemos preocupado en buscar dos grandes amigos que cuidarán de todos, hay un sentimiento de esos que entremezclan preocupación con melancolía; una sensación que sabes que te acompañará a lo largo de todo el viaje de modos muy distintos.
Todavía quedan cosas por hacer pero, a grandes rasgos, se ha iniciado esa cuenta atrás que anuncia que, para que el viaje realmente empiece, lo único que resta por hacer es olvidarse y dejar que los días pasen. Esa escena típica de las películas en la que se dedican a llenar maletas con ropa y a vaciarlas una decena de veces que no he emulado jamás en mi vida; de hacer sitio para la cámara de fotos y los objetivos, para el portátil y un par de buenas lecturas con las que matarse orgulloso, sea de ida o sea de vuelta. De viajar junto a un cuaderno, junto a media docena de guías de viaje, y junto a muchas, muchas, muchas ideas, y sueños, y experiencias que vivir este marzo en el que conoceremos Nueva York, Chicago y más de un centenar de pueblos y ciudades que conectan la Ruta 66 hasta Los Ángeles.
Y termino, porque a medida que escribía esta entrada, lo cierto es que no he podido evitar plantearme qué podré contar mientras nos movamos de la Costa Este a la Costa Oeste. Supongo que eso es lo que pretendo descubrir este marzo, donde las buenas experiencias seguro que no darán tan buenas historias como las malas, y para las malas no habrá tiempo suficiente para pulir el texto y seguir viajando, como es propio de un cuaderno de viajes, o de lo que leches aparezca aquí.
En resumidas cuentas, esta es mi forma (rebuscada y barroca) de decirte que en marzo, recorreré junto a mi chica la Ruta 66 y algunas grandes ciudades de EEUU; y escribiré sobre ello. Bueno, no me mires así. Ya sé que lo habías pillado.
Por ahora, sigo leyendo, y leyendo sobre la Ruta, e imaginando historias; en unas semanas, ya veremos.