A una cuadra de donde estaba hospedado, en el cruce de las calles Urquiza y Santiago encontré de casualidad una librería genial. En realidad solo había salido para comprar algo a la tienda de la esquina y no llevé cámara, pero me quedé un buen rato curioseando todo. Era pequeña, toda de madera y muy acogedora, en la que dos chicos estaban conversando sobre autores que en mi vida había escuchado. En la sección de saldos (¡6 pesos!) hallé, entre muchas otros títulos interesantes, una colección blanca, novedosa para mí, donde descubrí El gran Meaulnes de Alain-Fournier (solo lo había encontrado una vez en Lima) y un libro que nunca en mi vida había visto: Los laureles estan cortados de Edouard Dujardin, el autor que inspiró a Joyce el monólogo interior del Ulises. Iba a comprarlo pero, tan cerca estaba de mi eventual morada, que pensé "lo haré después" (nunca lo hice).
Vargas Llosa, en su discurso por el Nobel, dijo que lo más importante que le había pasado en la vida era aprender a leer (y Rosa Montero lo confirma en El amor de mi vida). Enseñar a leer a 700 mil personas debe ser uno de los actos más increíbles que puede hacer un grupo de seres humanos. Y, si algo así es pisible, yo puedo seguir avanzando.
Próxima parada: Buenos Aires.