Era San Agustín el que decía, que el Mundo es un libro y los que no viajan solo leen una página. Efectivamente, viajar es sin duda unos de los mejores antídotos para la intolerancia y para ese virus llamado nacionalismo. Digo esto a colación de un pequeño viaje que he podido realizar este verano a Grecia donde ves cómo un país puede sin duda ponerse el banderín de “país marítimo”. Para Grecia el mar es su vida, y a diferencia de nosotros se lo cree, no le da la vuelta al mar, sino que los griegos viven permanentemente a la orilla del mar, saborean el olor del mar y sabe, desde tiempos inmemoriales, que el mar es su prosperidad.El punto de ebullición donde más se puede apreciar esto es en El Pireo, el puerto de Atenas, donde ves ese movimiento incesante, permanente de ferrys de todos los tipos, catamaranes de alta velocidad, barcos de carga, pesqueros, barcazas,… todo fluye, como el movimiento incesante de gente que purula por los puertos. Existe un sistema de conexión entre islas, puertos, todo con el mar como escenario y como protagonista. Es curioso además, cómo los barcos entran y salen de las islas en apenas quince minutos, empiezan la maniobra bajando la rampa de popa, cuando atracan, ya la rampa está en el cantil del muelle y en ese momento empiezan a “vomitar” el pasaje y la carga rodada que allí transportan, en un maremagnum de objetos móviles se carga y descarga el barco en un momento y vuelta a salir. No hay pasarelas de pasajeros, ni escaner, ni identificación más que del ticket, parece como si todas las normas de seguridad que en otros puertos del Mundo casi paralizan la actividad, allí, la patria de Mitropoulos, el secretario general de la Organización Marítima Internacional, no se cumplieran. Es curiosa esa efectividad en las operaciones portuarias que quizás al turista le pase desaparcibida, pero no al que ha visto cómo se hacen en otros sitios.También Grecia es un modelo de gestión de la industria del crucero, la forma en que en cada isla se vuelcan, a las diez o las once de la mañana, toda la población para recibir a los miles de turistas que vienen en pequeñas embarcaciones desde los cruceros fondeados y que a las cinco de la tarde desaparecerán de nuevo. No hay horarios, todo está abierto, todos los restaurantes, las tiendas, pendientes de que ese mar que les ha traído la ríada de turistas a sus calles, dejen allí el máximo de prosperidad para todos. Eso es Grecia, un país marítimo, del que tenemos mucho que aprender.
Publicado ayer en Diario de Cádiz - Columna "La Meridiana"