Viaje a Bélgica: Bruselas

Por Déborah F. Muñoz @DeborahFMu

El primer día en Bruselas estaba casi perdido, porque llegamos casi a la hora de cenar. Aún así, como llevaba un bocata, decidí salir a dar una vuelta y tener un primer contacto con la ciudad.

Llegué hasta el Palacio de Justicia, completamente andamiado desde hace años. Enfrente, han instalado una noria ya que en la zona, dicen, se ven los mejores atardeceres de la ciudad. Casualmente atardecía, así que pude disfrutar del espectáculo.

Luego baje hasta unos jardines rodeados por una valla coronada por estatuas de distintas profesiones del siglo en que fue construida. Enfrente, hay una iglesia preciosa y de camino encuentras un bonito palacio.


Mi intención después era bajar hacia la Gran Plaza. Di muchas vueltas y llegué a pensar que era un nombre, pero no, finalmente vi una torre entre los edificios y, buscando la torre, di con la plaza. Es una maravilla de sitio, especialmente cuando está iluminado (pierde un poco de día, pero aún así es maravillosa). Está lleno de casas gremiales y edificios preciosos.

Al día siguiente, empezamos con un madrugón para hacer un tour panorámico por Bruselas. Vimos el Palacio Real y varios edificios de renombre, tras lo cual nos acercamos a la zona donde están todos los edificios europeos y de oficinas. Después, seguimos por un paraje más verde hasta el Atomium, uno de los resquicios de la primera feria internacional tras la II Guerra Mundial, la Exposición Universal de Bruselas en 1958.

Después, volvimos al centro para ver, esta vez a pie, la catedral y la Gran Plaza. Pasamos también por las maravillosas galerías Saint Hubert (no me gusta ir de tiendas, pero sí ver estas maravillosas construcciones). Tuvimos un rato muy corto de tiempo libre, lo justo para ir al baño y tomar un gofre (el guía dijo que no podíamos decir que no nos gustan los gofres si no habíamos probado uno de verdad y vale, rico, pero hay delicias mejores por ese precio). No volveríamos a Bruselas hasta la noche, para la cena, visitando justo antes el Manneken Pis, una tienda de chocolate (con cata incluida). Después de cenar, tampoco iba a quedarme con el gusanillo de ver el Palacio Real bien, y no desde el autobús, así que di un rodeo para echarle un vistazo de vuelta para el hotel.


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