Mi viaje a Tombuctú, tantas veces soñado, se hace realidad después de miles de kilómetros atravesando las arenas del Sahara. Con los pies sobre la mítica población descubro que el gran viaje ha sido interior.
Cuando recorro sus polvorientas calles y visito sus sencillas mezquitas lo entiendo todo.
La meta era el camino y no el destino. Un recorrido a través de preguntas sin respuesta que me lleva hasta aquí convertido en un ser tan débil y minúsculo que no puedo hacer otra cosa que dar gracias a Dios.
Quien se busque así mismo que no dude en ir a Tombuctú pero quien ansíe la ciudad descrita en los libros de historia se llevará una gran decepción.