Viaje a Londres (II)

Por Hrubio
La segunda jornada empezó temprano, con pocas horas de sueño y una pereza increíble pero a la vez con ganas viendo los rayos de sol que se colaban por la ventana. Bajamos a desayunar y nos hartamos a comer en el buffet libre.
Salimos rumbo a Buckingham Palace para ver el cambio de guardia, previo paso por Trafalgar Square (en la imagen). No podíamos no visitar al Almirante Nelson, aunque fuera el que nos hundiera nuestra armada “invencible”. En frente la National Gallery, pero no pasamos porque se nos hacía tarde para ver a esos hombrecillos de rojo con un sombrero negro a lo moño de Marge Simpson.
Pasamos por St James’s Park, caminando junto a él hacía el Palacio. Una vez allí pues apelotonados en la verja oyendo “¡Mamá que no puedo ver! o ¡Shiquillo échate pa’ya!”. Más españoles que en el día de la hispanidad. Y para hacerlo todavía más surrealista, les ponen a los soldaditos la música de la película de Austin Powers, todo muy inglés sí, pero parecía broma todo aquello, les faltaba bailar la yenka.
Después de tal esperpento, caminamos bordeando Green Park camino de Hyde Park, ese enooorme parque. No se pueden quejar los londinenses de que no tienen zonas verdes, porque todos los parques son enormes y están muy cuidados. La gente los respeta mucho y recogen toda la suciedad que generan, al igual que en las calles, no te encuentras un solo papelito en las aceras, igualito igualito que en Madrid.
Tras eso y mirando las distancias de nuevo en el mapa, decidimos coger el metro para ir a nuestro siguiente destino: Parlamento, Big Ben y Abadía de Westminster. El “Underground” o coloquialmente “Tube”, igual que el de Madrid, bueno no: más limpio, con menos aglomeraciones, sin paradas en medio de los túneles y más rápido.
Nada más salir de la parada de Westminster te encuentras con un jardín vallado, y cuando quieras mirar para arriba, ale el Big Ben, no tiene pérdida. Tanto la torre junto con el resto de edificios anexos que conforman el Parlamento son increíbles, el sitio tiene un aire como de Lord inglés del siglo XIX con su peluca blanca y tu toga. Justo detrás un pequeño césped de forma cuadrangular y cruzando la calle te topas con la abadía. Sólo la vimos por fuera porque había mucha gente en la cola, porque era caro entrar y porque teníamos hambre.
Nos fuimos a comprarnos unos “bocadillos” y lo entrecomillo porque ese pan no puede ni llamarse pan y por tanto no puede llamarse a aquello que nos comimos bocadillo. Nos lo comimos en unas escaleras con el Parlamento enfrente, la abadía a nuestra derecha y al fondo la gran noria llamada London Eye, el ojo de Londres. Hablando de nuevo de la limpieza de la ciudad, es realmente encomiable sobre todo porque hay una papelera por kilómetro cuadrado. Estuvimos como 30 minutos andando con las bolsas de la comida en la mano y al final tuvimos que volver al metro para dejarlo. Según nos contaron, esta ausencia de papeleras se debe al grupo paramilitar irlandés IRA, que tuvo una época que les dio por poner bombas en las papeleras y poco a poco el gobierno las fue retirando. Ahora las que hay son móviles y se cambian de lugar cada par de horas (solas no, no tienen ruedas, los operarios las mueven).
Pronto la última parte...