El centro comercial
es una ciudad de más de cincuenta mil cadáveresy Dámaso Alonso coteja
entre dos modelos de pan de molde:
integral o con semillas.
Al fin pude entender la democracia
y el hambre.Todos los supermercados tienen su indigente
en la puerta,todos, menos el centro comercial,
con su seguridad privada,
su aparcamiento privado
y sus estanterías de libros
preparadas para encender el fósforo.
Y la gasolina.
Pude probar turrones, cavas y jamón recién cortado
por amables señoritasque aprovechan la navidad
para sentirse productivas.
Y no lo hice.
Decidí probar tus labios en mitad del pasillo
y escuchar villancicosque ocultaban el dedo acusador,
ahí va el poeta
repetían los matrimonios
en busca de urgentes regalos con los que salir del paso.
Admiré la precisión de los descuentos
y cómo la compañía privada conocía nuestras preferencias.Admiré las luces y los precios contenidos,
el nervio de la cajera de gesto cansadoa última hora de la tarde
y su edificante amabilidad con nosotros.
Dinero de plástico que compra sonrisas.
Niños estúpidos en el pasillo de las conservas
y un deseo incontenible de resolver el problema:carro de la compra + acero inoxidable + cabeza infantil
¿atropello u homicidio involuntario?Pero es navidad y la gente es buena,
por eso me salté el ceday busqué tu mirada cómplice.
Por eso supe,
de regreso a casa y contigo al lado,que ya tenía mi mejor regalo.
No fue una compra, fue una inversión.