Viaje al centro comercial

Por Davidrefoyo @drefoyo

El centro comercial

es una ciudad de más de cincuenta mil cadáveres
y Dámaso Alonso coteja
entre dos modelos de pan de molde:
integral o con semillas.

Al fin pude entender la democracia

y el hambre.

Todos los supermercados tienen su indigente

en la puerta,
todos, menos el centro comercial,
con su seguridad privada,
su aparcamiento privado
y sus estanterías de libros
preparadas para encender el fósforo.

Y la gasolina.

Pude probar turrones, cavas y jamón recién cortado

por amables señoritas
que aprovechan la navidad
para sentirse productivas.

Y no lo hice.

Decidí probar tus labios en mitad del pasillo

y escuchar villancicos
que ocultaban el dedo acusador,
ahí va el poeta
repetían los matrimonios 
en busca de urgentes regalos con los que salir del paso.

Admiré la precisión de los descuentos

y cómo la compañía privada conocía nuestras preferencias.

Admiré las luces y los precios contenidos,

el nervio de la cajera de gesto cansado
a última hora de la tarde
y su edificante amabilidad con nosotros.

Dinero de plástico que compra sonrisas.

Niños estúpidos en el pasillo de las conservas

y un deseo incontenible de resolver el problema:

carro de la compra + acero inoxidable + cabeza infantil

¿atropello u homicidio involuntario?

Pero es navidad y la gente es buena,

por eso me salté el ceda
y busqué tu mirada cómplice.

Por eso supe,

de regreso a casa y contigo al lado,
que ya tenía mi mejor regalo.
No fue una compra, fue una inversión.