“Todo lo interesante ocurre en la sombra, no cabe duda. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres”. Louis Ferdinand Auguste Destouches, Celine para los pocos amigos y los muchos enemigos, desconfiaba más de los hombres que de los perros. Su antibelicismo, su crítica al patriotismo, su desprecio al poder establecido, permitían que los lectores al rojo vivo se sintieran atraídos por él, sólo para comprobar al pasar la página que en Celine el desprecio a los ricos convivía con el odio a los pobres.
“Confiar en los hombres es ya dejarse matar un poco”, escribe en su descenso al infierno, ese relato inmortal que es “Viaje al fin de la noche”, uno de esos libros que te cambian la vida, si dejas que un libro te cambie la vida. Celine sabe demasiado y no sabe lo suficiente. Demasiado para creer en ti o en mí. Poco para creer en él. Médico antes que escritor, cuando se disfrazaba tras su bata blanca se sentía criado de los ricos y ladrón de los pobres, y mientras construía esa cara que en su vejez, sí, parecía lo que él había previsto: “una mueca del fracaso”.
“La existencia es que te retuerce y tortura el rostro (…) Los pobres van dados. La miseria es gigantesca, utiliza tu cara, como una bayeta, para limpiar las basuras del mundo. Algo queda”. Es imposible leer a Celine y salir indemne. Celine, el ejemplo de que un hombre que no cree en los hombres puede ser un escritor genial y un tipo infame, utiliza frases cortas, muy cortas, invierte el orden previsible del sujeto, verbo y predicado, y sorprende con una palabra feroz que rasga el papel.
“No se sube en la vida, se baja. Ella ya no podía. Ya no podía bajar hasta donde yo estaba… Habría demasiada noche para ella a mi alrededor (…) la vida no es sino un delirio atestado de mentiras”.
Con diez frases de Celine uno puede construir un cuento; con 30, una novela corta; con 7 improvisar un artículo sin sentirte demasiado ruin. Al fin y al cabo, Celine sabía que le robaríamos, que viajaríamos al fin de la noche protegidos por un edredón y le utilizaríamos fingiendo que es suya la última palabra: “…no creáis nunca de entrada en la desgracia de los hombres. Limitaos a preguntarles si aún pueden dormir… En caso de que sí, todo va bien. Con eso basta”.
11/1/10