El pasado día 12, la Agencia Aeroespacial norteamericana (NASA) lanzó al espacio la sonda Parker (en homenaje al astrofísico, todavía vivo, Eugene N. Parker, descubridor en 1958 del viento solar) a bordo de un cohete Delta IV, desde la base de Caño Cañaveral (Florida, EE UU). Una vez impulsada a la órbita prevista, la nave se separó del cohete y emprendió rumbo hacia el Sol, distante unos 150 millones de kilómetros de la Tierra, adonde espera llegar en el año 2025 para situarse a una distancia de 6,1 millones de kilómetros de su superficie. Durante los próximos siete años de viaje, la nave irá aproximándose progresivamente al Sol hasta conseguir una órbita que le permita pasar cerca de la estrella. Y para poder soportar las altas temperaturas a las que estará expuesta, la sonda va provista de un escudo protector, en forma de cono, de unos 12 centímetros de grosor y compuesto de carbono, cuya sombra protegerá los instrumentos científicos que transporta de los más de 2 millones de grados Celsius que puede alcanzar la corona solar.
La misión tendrá una duración de siete años, durante los cuales la sonda realizará 24 órbitas alrededor del Sol hasta disminuir las trayectorias elípticas que la llevarán a él, de manera que consiga situarse en una órbita final comprendida entre los 110 millones de kilómetros de afelio y unos 6,1 millones de kilómetros de perihelio. Para lograrlo, la nave alcanzará una velocidad máxima de 600.000 kilómetros por hora, lo que la convierte en el vehículo espacial más veloz construido por el hombre, pero también el más ambicioso hasta la fecha, ya que su objetivo es conocer cómo funciona el Sol desde la menor distancia posible de la estrella.
De ahí la fascinación que despierta la sonda Parker Solar Probe, no sólo por el reto técnico que supone, sino por posibilitar la expansión de los límites del conocimiento hasta donde nunca antes el ser humano había imaginado: hasta el mismo Sol. Bienvenidos, pues, a este viaje al Sol, un reto digno de la capacidad racional del ser humano.