Viajar durante varios días por las arenas del Sáhara hasta llegar a las montañas del Tibesti, y una vez allí descender al espectacular cráter del Trou au Natron tal vez sea una extravagancia. Pero, tal y como están las cosas, hay cosas de peor gusto. Verbigracia, tragarse, aunque sea en reseña diferida, un discurso del presidente del Gobierno o del Rey invitándonos a tener confianza en el futuro inmediato mientras anuncian subidas de pensiones o del SMI que suponen un verdadero insulto a la inteligencia. "Lleva cuidado con lo que deseas porque podría acabar cumpliéndose", dice el proverbio. Uno tiene derecho a tener sueños, como el que albergo desde que, en los años 70 del siglo XX, a bordo de un "cuatro latas", recorrí la pista transahariana argelina hasta Tamanrasset, en la región del Hoggar. Entonces nació el deseo de llegar al Tassili n'Adjer y proseguir por las balizas que dejó la misión Berliet en el desierto del Níger, y de ahí a Zouar, en el Tibesti chadiano. Problemas de índole personal y económica me impidieron llevar a cabo un viaje que hoy resulta irrealizable dada la conflictividad existente en el territorio sahariano. Así que, antes de que se me pase el arroz más de la cuenta, debía aprovechar la estabilidad reinante hoy en la República Democrática del Chad para llegar, por una vía más corta, al Trou au Natron.El plan consistió en montar una pequeña expedición con dos vehículos 4X4, con autonomía de combustible, agua, provisiones y sus correspondientes conductores de la etnia tubu. Partiendo de Ndjamena, seguir el curso del Bab el Gazal y adentrarse en las arenas del erg Djourab, para llegar vía Faya Largueau a Zouar, cerca de la frontera con Libia y Níger. Y de ahí, atravesando el Zouarque, ganar las duras pistas de montañas del Tibesti. Una vez allí, en compañía de mi amigo Gustavo Cuevas y un guía tubu, pude materializar mi viejo sueño de descender (y ascender) al Trou au Natron.
Se trata de un volcán situado en lo más remoto del Sahara, al sur del Tarso Toussidé (3.265 m) en la cordillera volcánica del Tibesti. Su nombre, en francés, alude a las grandes y brillantes costras blancas de carbonato de sodio que se forman en su fondo. De la espectacularidad del cráter dan idea sus dimensiones: ocho kilómetros de diámetro y una profundidad de 950 m, albergando en su interior los conos de otros pequeños volcanes. Como espectacular resulta su descenso por el único punto en que las verticales paredes ofrecen unas viras posibilitan el paso. Sin ser técnicamente difícil, requiere estar habituado a desenvolverse por terrenos abruptos y no tener aversión al enorme vacío que se abre a nuestros pies al comenzar el descenso.
Comienzo del descenso en el que hay algún punto delicado en el que 'conviene no caerse'.
Bajar al cráter de un volcán puede que sea una extravagancia, pero como aprendimos del viaje a Ítaca, lo que importa es que el camino sea largo, por las experiencias que nos depara. Y recorrer unos 6.000 km por el desierto nos permitió conocer lugares tan insólitos como los lagos de Ounianga, declarados patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Ver cientos de pinturas rupestres camino del Ennedi o escuchar, en el guelta de Archei, el concierto proporcionado por al menos 500 dromedarios bramando al unísono mientras rellenaban de agua sus grandes barrigas.
En Chad, las caravanas todavía hoy son una forma de transporte habitual, ya que un Toyota pickup, el vehículo africano por excelencia, no está al alcance de cualquiera. Algunos jóvenes lo consiguen por el método de alistarse como mercenarios en alguna de las guerras declaradas en estos momentos en los países limítrofes. Otros, según cuentan, buscando oro en el Tibesti. En cualquier caso, Chad es un país pobrísimo, que ocupa el nº 184 sobre un total de 187 países incluidos en el Índice de desarrollo humano (IDH)
Work in progress: seguiré añadiendo alguna foto más, pero ya será el año que viene, porque dentro de un rato lo que toca es despedir el 2014. Feliz Año Nuevo