Bienvenidos al primer post de esta nueva serie en la que os propondremos viajes aptos para todos los bolsillos, ya que basta con abrir un libro, un tebeo o poner un DVD para disfrutar de los destinos más exóticos y menos convencionales, donde podrás disfrutar de la naturaleza más salvaje en todo su esplendor. Además, te acompañará nuestro hilo musical (pincha aquí para escucharlo), con melodías especialmente compuestas para la ocasión y, lo mejor de todo, no llevamos comisión. Haz como Rexy y cuélgate la mochila.
Así, cuando tus amistades se cansen de exhibir sus fotos de Mianmar o la Patagonia y te pregunten con indisimulada autosuficiencia: “Y tú, ¿dónde has estado?”, van a quedarse con la boca abierta. Porque la torre Eiffel no deja de ser un pincho grande y las pirámides aztecas un puñado de piedras superpuestas, pero ¿cuántos pueden presumir de haber pasado un fin de semana en una selva mesozoica? Y es que ya sabes que ésa es nuestra especialidad: los mundos perdidos rebosantes de fauna supuestamente extinta en los que, si no te acompaña el guía adecuado, es fácil acabar sirviendo de tentempié a algún megadepredador en ayunas. Como Pellucidar, escenario de las aventuras de David Innes o Tarzán, nuestro primer y paradisiaco destino, donde recomendamos no sacar demasiado el brazo por la ventanilla. Si tienes el pasaporte en regla y te has vacunado ya, no esperemos más y vamos para allá.
Es inevitable pensar en un paralelismo con “El mundo perdido”, publicada un par de años antes por Arthur Conan Doyle y, sobre todo, con “Viaje al centro de la Tierra” de Jules Verne, pero lo cierto es que el mito de la Tierra hueca es muy anterior. Parte de la teoría de Edmond Halley a finales del XVII, refutada el siguiente siglo por Pierre Bouguer y Charles Hutton, aunque John Cleves Symmes aseguró en 1818 que se podía llegar al centro de la Tierra desde el Polo Norte y dos años después se publicó la novela “Symzonia” (que algunos atribuyen a Symmes), en la que el Capitán Seaborn viaja con sus marineros al centro de la Tierra, donde encuentran grandes huesos que cree de ballena, aunque cataloga por su tamaño como de mamut.
Pellucidar es un mundo primitivo donde han sobrevivido los dinosaurios que se extinguieron en la superficie, aunque aquí se les denomina por sus nombres locales. Por ejemplo, los ictiosaurios son conocidos como azdyryths o sea-dyryths, los plesiosaurios como tandoraces o sea-tandors, los diplodocus como lidi, los triceratops como gyor y los tiranosaurios como zarith. En algún caso, es posible plantearse que pueda tratarse de una especie distinta a las de la superficie mesozoica, como sucede con Stegosaurus, conocido en Pellucidar como dyrodor, ya que el animal que describe Burroughs es carnívoro y puede planear. Sin embargo, la antropofagia es un carácter común entre los dinosaurios de ficción y, por lo que se refiere a la capacidad de vuelo, como ya te comentamos por aquí, el escritor habría tomado la idea de W. H. Bayou, un aficionado a la paleontología que en el artículo “The Airplane Dinosaur of a Million Years Ago” (The Ogden Standard-Examiner, 15 de agosto de 1920) sostenía que Stegosaurus podía planear colocando sus placas dorsales horizontalmente.
Con todo, sí es posible encontrar nomen ignotum en Pellucidar, como los gorobor, que algunos identifican con cotilosaurios. Los captorínidos (antes, Cotylosauria) eran un clado de animales paleozoicos parecidos a lagartos (pero no más cercanos a estos que a los mamíferos), de anchos cráneos triangulares, y el más grande medía dos metros desde la cloaca al hocico. Burroughs describe a los gorobor como “huge lizards” (“enormes lagartos”) cuya velocidad “sólo es comparable a la rapidez del rayo de un diminuto lagarto del desierto conocido como swift” [1] y más adelante añade que se trata de “reptiles anomodontes del Triásico, conocidos por los paleontólogos como Parciasuri. Muchas de estas criaturas medían tres metros de largo, aunque eran bajas sobre patas rechonchas y poderosas” [2]. Los anomodontes son un linaje de terápsidos paleozoicos de los que sólo dos familias de dicinodontes sobrevivieron a la extinción del Pérmico-Triásico (Kannemeyeriidae y Lystrosauridae) y, en tanto el clado Parciasuri no existe, cabe plantear que el escritor pretendía crear una nueva especie triásica. En todo caso, los cotilosaurios no son anomodontes ni sobrevivieron al Pérmico.
Además, Pellucidar pertenece al dominio de los mahar, reptiles voladores inteligentes de aspecto ranforincoide que esclavizan a los primitivos humanos con los que comparten territorio. Cuando descubrieron un modo de reproducirse sin machos, los exterminaron, por lo que todos los mahar son hembras. Se comunican telepáticamente y tienen poderes hipnóticos.
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[1] Se refiere al Sceloporus malachiticus, una pequeña iguana latinoamericana también conocida como lagartija (o lagarto) espinosa esmeralda.[2] “Anomodont reptiles of the Triassic, known to paleontologists as Parciasuri. Many of these creatures measured ten feet in length, though they stood low upon squat and powerful legs” (Tarzan at the Earth’s Core, 1929-1930).