01 de EneroMisa en si menor, BWV 232 3: SanctusJohann Sebastian Bach (1685-1750)
Podemos perfectamente empezar el año tal como queremos que sea.
La música de Johann Sebastian Bach es la figura más importante, no solo de la música clásica, sino de toda la música: su influencia se siente hoy en la música con la misma intensidad que en épocas anteriores.
El cerebro de Bach debía de ser una especie de superordenador: escribió por lo menos tres mil obras mientras desempeñaba varios oficios y alimentaba a dos esposas y a veinte hijos. Poseído de curiosidad por la música que llegaba de Italia y Francia, así como por la que se componía en su nativa Alemania, fue capaz de absorberlo todo, sintetizar los aspectos más interesantes y luego —he aquí lo decisivo— añadir a todo eso su salsa secreta. La esencia que hace de Bach el más grande escapa a la razón, pero creo que se encuentra en su capacidad para combinar precisión técnica y emociones intensas. Se suele decir que Bach era «matemático» por las complejas y alambicadas estructuras que encontramos en su música. Pero no es frío ni científico: como ser humano conoció la alegría desbordante pero también el dolor profundo, y nunca ha habido un compositor ni autor de canciones más en sintonía con los vaivenes del corazón humano.
Bach fue el padre: sin él no habría jazz, funk ni hip-hop; ni tecno, ni disco, ni grime. Básicamente escribió el plan de todo lo que vendría después. Su producción es atrevida, ocurrente y suficientemente amplia para abarcar algo más que multitudes: lo abarca absolutamente todo.
Por eso, este primer día de nuestra aventura comienza con una gran explosión orquestal y un coro que canta con todo entusiasmo («Santo, santo, santo, Señor de los ejércitos»). Sean ustedes quienes sean, vengan de donde vengan, crean en lo que crean, estos cinco minutos de música llenan de gozo el corazón, elevan el espíritu y dicen: «Ven, año nuevo, permítenos abrazarte».
Clemency Burton-Hill