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Mi sensación es la de estar viendo un cuadro en tres dimensiones demasiado grande como para poder mirarlo todo de una vez.
Cuando atardece y el cielo muestra sus últimos tintes violetas y anaranjados, me fascina observar los montes a contraluz y explorar con la vista si además hay alguna casita solitaria escondida tras la vegetación con sus luces encendidas.
Durante un viaje nocturno, el paisaje cambia con cada segundo: la velocidad, la luz de la luna, las nubes, y la cantidad de cosas que transmite es enorme, haciéndome entrar en un estado hipnótico de la ensoñación mediante recreaciones poéticas imaginarias.
Desde mi punto de vista, padezco una predisposición crónica a la ensoñación; me recreo en cada detalle e intento pensarlo y expresarlo imaginándome que lo que estoy viendo se descubre y se describe para mí como si se tratara de una revelación que nadie más conoce.
Es como estar viendo un documental, pero a falta de un narrador que descubra todos los misterios que ahi se esconden, entran en juego la imaginación y el sentimiento, que construirán la emoción y la historia única de ese minuto vivido y de los siguientes...