Viajes en tercera persona. aveiro

Por Desdelaterraza
   Quizás no sea Aveiro uno de esos lugares cuya historia haya marcado el devenir del mundo. Conocida desde hace unos mil años, fue titulada villa en el siglo XIII. Hoy rodeada de agua y penetrada por un canal, es una de esas ciudades que sin perder su nombre, se conoce también por el de otra, y vive mucho del turismo. A ésta, como a Amsterdam o San Petersburgo, las del norte, también se le conoce como la Veneciaportuguesa y el viajero no puede dejar de reconocer que le cuadra bien el nombre, quizás mejor que a cualquier otra, porque hasta las embarcaciones recuerdan a las célebres góndolas venecianas. Aquí se llaman “moliceiros”. Eran usadas para la extracción de algas y el transporte de sal, actividades principales de la zona, aunque hoy sirvan, como ocurre cuando el turismo y los servicios sustituyen a las industrias extractivas -y bien cerca hay ejemplo con los “rabelos” en Oporto-, para el traslado y paseo de turistas.
   El viajero se dirige hasta el canal principal. Allí radica el mayor atractivo de la pequeña ciudad. Los multicolores moliceiros en el canal y los cuidados edificios Art Nouveau levantados a principios del siglo XX, en el paseo João Mendonça, adornan la orilla de aquél. El viajero pasa por delante de la Cámara Agraria, el Museo de la República, la oficina de turismo y llega, casi sin darse cuenta, a un local algo destartalado. Sobre el dintel de su puerta un rótulo tiene escrito: "Ovos moles". El viajero entra y comprende enseguida. Está de suerte. Muchas veces se ha reconocido goloso y estos ovos moles parece que van a dar satisfacción a su gusto. Estos dulces preparados a base de yema de huevo y una oblea que la envuelve, lee el viajero que tuvieron su origen en los conventos de monjas de la zona, y que, aunque ya desaparecidos, las sores transmitieron la receta a mujeres de la ciudad que supieron hacer buen uso de ella. Hoy son servidos en pequeños toneles de madera decorados con pinturas hechas a mano, con motivos pintorescos de la región. El viajero, sucumbe a la tentación y compra alguno de estos tonelitos, tras advertirle la vendedora que los dulces aguantan sin especiales cuidados hasta quince días. Más contento que unas pascuas el viajero se lleva tres.

Aveiro. Moliceiros en el canal principal


    Luego, un paseo por el antiguo barrio de los pescadores, de calles estrechas, pero pulcras, y una comida, con el imprescindible plato de bacalao, mantiene al viajero en reposo y le permite leer algo de la historia, que no es mucha, de esta pequeña ciudad. Aprende el viajero que Aveiro tuvo la condición de ducado. Aunque no se sabe con absoluta certeza la fecha en la que fue otorgado el título a don Juan de Lencastre, primer duque de Aveiro,  probablemente durante el reinado de Juan III, sí se sabe que la familia lo retuvo durante apenas dos siglos. En 1759 fue suprimido por orden real y resolución judicial, acusado el 8º duque de Aveiro, don José Mascarenhas da Silva e Lencastre, del delito de lesa majestad, y ser ejecutado.
   Reinaba en Portugal José I y la gobernaba don Sebastiao Carvalho e Mello, futuro marqués de Pombal, ilustrado y efizaz ministro que reconstruyó Lisboa tras el terremoto de 1755, pero despreciado por su origen por la alta nobleza lusa y odiado por el mucho poder alcanzado. Y entre los enemigos de don Sebastiao, se hallaban los Távora.
   A esta familia de tan grande raigambre pertenecía doña Teresa de Távora, esposa de don Luis de Távora, primo suyo, y amante del rey José. Al carecer de descendencia masculina el rey, se despertaron ciertas ilusiones entre algunos nobles, uno de ellos el duque de Aveiro, que contó con el apoyo de los Távora.
   Mientras regresaba de un encuentro con su amante, el rey fue atacado por varios hombres, resultando herido, pero salvando su vida. Logró detenerse a los autores del intento regicida, que confesaron o se les obligó a confesar que la conspiración estaba respaldada por la familia Távora, a favor del duque de Aveiro. Implacable, don Sebastiao actuó contra sus enemigos, que fueron sometidos a proceso y ejecutados con la mayor crueldad, despedazados sus cuerpos y quemados.
   La ejecución del duque y la supresión del ducado llevó al otorgamiento de otro título, el de la conversión de la villa en ciudad, ese mismo año de 1759,  pero con el nombre de Nueva Braganza. No sería hasta el reinado de doña María, cuando la ciudad recuperaría su anterior nombre, en 1777.