No recuerdo gran cosa de Nick Lowe, por eso. Yo en esa época había apostado en firme por la música sintética y los últimos guitarrazos a los que había dado mi beneplácito estaban en los singles de The Jam y en los LPs dobles y triples de The Clash.Hoy leo que Nick Lowe está experimentando un cambio hacia el croonerismo. O sea: que su energía de intérprete de power-pop se ha ido diluyendo y menguando hasta ser un señor con un envidiable matojo de pelo blanco que canta ante auditorios que ya no pueden levantarse a bailar, y menos el pogo. Vaya: pues me ha recordado, justo al revés, lo que pasa con Scott Walker. No en lo referente a la energía. Pero Walker (primera foto) fue un joven crooner cuyas gloriosas canciones de fastuosos arreglos hablaban de Stalin y de prostitutas: cuarenta años más tarde, retuerce el sonido y usa su voz en discos difíciles y torturados que dudo que sean el marco idóneo para evocaciones nostálgicas. Los habituales desde los inicios puede que me recriminen que vuelva al tema de Walker, pero aquí hay unos cuantos que quizás no hayan, todavía, sido debidamente informados de su condición de deidad absoluta. Deidad no de las que se refugian en los recovecos de estampitas benditas: deidad de las que se oye y se ve. Así que sentaos, buscad unos buenos auriculares stereo, acopladlos en vuestras orejitas, y pedid a quien esté en vuestra compañía que no especule con los aullidos de placer. Cinco maravillas de Walker, una tras otra.
No recuerdo gran cosa de Nick Lowe, por eso. Yo en esa época había apostado en firme por la música sintética y los últimos guitarrazos a los que había dado mi beneplácito estaban en los singles de The Jam y en los LPs dobles y triples de The Clash.Hoy leo que Nick Lowe está experimentando un cambio hacia el croonerismo. O sea: que su energía de intérprete de power-pop se ha ido diluyendo y menguando hasta ser un señor con un envidiable matojo de pelo blanco que canta ante auditorios que ya no pueden levantarse a bailar, y menos el pogo. Vaya: pues me ha recordado, justo al revés, lo que pasa con Scott Walker. No en lo referente a la energía. Pero Walker (primera foto) fue un joven crooner cuyas gloriosas canciones de fastuosos arreglos hablaban de Stalin y de prostitutas: cuarenta años más tarde, retuerce el sonido y usa su voz en discos difíciles y torturados que dudo que sean el marco idóneo para evocaciones nostálgicas. Los habituales desde los inicios puede que me recriminen que vuelva al tema de Walker, pero aquí hay unos cuantos que quizás no hayan, todavía, sido debidamente informados de su condición de deidad absoluta. Deidad no de las que se refugian en los recovecos de estampitas benditas: deidad de las que se oye y se ve. Así que sentaos, buscad unos buenos auriculares stereo, acopladlos en vuestras orejitas, y pedid a quien esté en vuestra compañía que no especule con los aullidos de placer. Cinco maravillas de Walker, una tras otra.