No sabe uno no hacer nada, no comprende la esencia de ese abandono, que no es pereza en sí misma, sino otra cosa, más cerca de la voluntad de no interferir en nada, de no involucrarse en nada y de estar a salvo del esfuerzo físico o incluso del intelectual, pero no hay manera, no se cumple del todo la inactividad o se cumple sin brillo, cayendo en ocasiones en pequeños oficios, en tareas que no querríamos hacer y a las que, sin embargo, nos inclinamos. Las vacaciones nunca lo son de una manera absoluta. Las verdaderas vacaciones deberían empezar por no ser uno mismo, por ser otro, por canjear eventualmente nuestra vida por la de los demás y vivir lo que ni imaginamos. Lamentablemente no podemos liberarnos de lo que somos. Hay opciones que se acercan a este ideal formidable. Hablo de la ficción que procuran los libros o el cine. Las historias que nos cuentan logran lo que abastece la realidad que se cuenta uno mismo, a diario, en el trasiego de los días, en la rutina de las cosas, pero aún así, incluso aceptando su eficacia, no bastan las historias, lo que escuchamos y sabemos externo a lo real, impuesto a lo real para frenar lo real, pongamos. Lo ideal, de lo que estamos hablando, es de ser otro, de renunciar temporalmente a lo que nos hemos ido labrando durante nuestra vida y aceptar la propiedad eventual, como una especie de préstamo, de lo que han labrado los demás. En el verano se incurre con demasiada frecuencia en estas especulaciones improductivas, se desean las cosas que durante las otras estaciones ni pensamos siquiera. Anoche mismo, paseando por el real de la feria del pueblo en el que paso unos días, costero, no contaminado por el progreso turístico, pensé en la posibilidad de ser otro sin dejar de ser yo mismo. Encontré la solución allí mismo, en las calles de las atracciones, entre trenes de la bruja, coches de tope y caravanas dispensando perritos calientes o hamburguesas. Estaba de vacaciones porque no me conocía nadie. Nadie reparaba en mí o en los míos. Paseaba con esa sensación de anonimato perfecto que te permite fantasear con un mundo nuevo, con uno en donde no exista nada que te vincule con él. Malogró ese idilio mío con mis fantasías el saludo muy afectuoso de una antigua alumna, a la que hacía más de quince años que no veía, que me confesó lo dura que es la vida de los feriantes, lo rápido que pasa el tiempo, lo poco esperanzador que está el futuro, pero esa es otra historia. El hecho mismo de estar escribiendo en mi blog, en mi apartamento alquilado, en mis vacaciones, cuenta lo poco inclinada que está mi voluntad a liberarse de las rutinas del pasado, aunque hable de ellas. Claro, que escribir no cuenta como algo de lo que deba zafarme, de que deba alejar bajo ningún aspecto. Ese es un vicio que no es estrictamente veraniego. No sé si sirve para algo nombrar lo que uno desea y registrarlo para que, compartido, quizá cobre fuerza.