Víctor Erice. Al Sur de la colmena.

Publicado el 13 junio 2013 por Maresssss @cineyear
in La silla del director / by Sergio A. T. / on June 13, 2013 at 9:11 am /

El tiempo, constante e inalterable sin que nadie lo pueda controlar; invisible gotea y gotea, transformando nuestra realidad sin que nos demos cuenta; debemos alejarnos cierta distancia para poder ver cómo cambian las cosas y nosotros con ellas. Con el arte, sin embargo, el tiempo actúa de un modo distinto. Muchas veces tienen que pasar cien años para que se aprecie la obra de un artista; en otras ocasiones, goza de gran reconocimiento instantáneamente, sellando el tiempo de manera perpetua con un arte imperecedero, que jamás envejecerá pasando por los sentidos de las distintas generaciones.

No todo el cine tiene valor artístico; tampoco el arte puede medirse objetivamente. No obstante, para mí, existe un tipo de cine especialmente artístico. Me refiero a esas películas donde las imágenes hablan por sí solas y una sencilla secuencia puede emocionar como por arte de magia; cintas donde los calificativos del tipo “poético” o “lírico”, están a la orden del día. A mi cabeza vienen obras como ‘Barry Lyndon’, ‘Persona’ de Ingmar Bergman, o casi cualquiera del maestro de maestros Andrei Tarkovski. Dentro de este cine, que puede parecer algo “estirado” o “cultureta” así de primeras, existe un director desconocido por desgracia para mucha gente, que además es de por aquí (aunque esto parezca aún más increíble). No me refiero al genial Berlanga ni a Luis Buñuel. El realizador no es otro (porque no podría ser otro) que Víctor Erice.

Hay muchos nombres propios en la historia de nuestro cine a parte de los ya mencionados tales como Carlos Saura, Fernán Gómez, o los más contemporáneos Alejandro Amenábar o  Pedro Almodóvar. Sin embargo, la valía e impronta que posee el cine de Erice no tiene parangón dentro de nuestras fronteras.

Hoy en día, si uno sale a la calle y al azar pregunta a una persona si conoce a Fernando Trueba, es muy probable que en más de la mitad de los casos asocien su nombre al mundo del cine (esto siendo pesimistas); por otra parte, si preguntásemos por el nombre de Víctor Erice, apostaría que el número oscilaría entre cero y una persona de cada diez (a lo mejor sigo siendo pesimista, pero no creo que ande lejos la cosa). “¿Víctor Erice dices? No, lo siento; no me suena.”

La primera película de Erice, propiamente dicha, fue ‘El Espíritu de la Colmena’, fechada en 1973; su último largometraje fue ‘El Sol del Membrillo’ de 1992. Desde entonces, su escueta producción se ha movido en el mundo del cortometraje, y proyectos más libres y experimentales. Añadir también, que entre la primera y la última película sólo hay una más en medio, ‘El Sur’ de 1983.

Una, dos y tres películas. Un mito viviente. Dicen que la cantidad no tiene que ver con la calidad, quien conozca la obra del realizador vasco seguro que está de acuerdo con ello.

¡Ya viene!

Contra la disconformidad de muchos, ‘El Espíritu de la Colmena’ fue galardonada un remoto día de 1973 con la Concha de Oro del festival de San Sebastián. El trabajo primerizo de un tipo con barbas de treinta y pocos, se convirtió prácticamente en un clásico de la noche a la mañana. ¿Fue esto casualidad? Por suerte o por desgracia yo no estaba por allí entonces, pero aseguraría que no.

Una luz ámbar se cuela en el frío ambiente de la España de posguerra. Sólo encontramos una nota discordante en medio de la desidia reinante a través de los ojos de Ana (Ana Torrent), una niña que mira al mundo muy lejos de la realidad; allí, el tiempo se impone a las personas que ya no manejan su destino, y la imaginación o la inocencia, no tienen cabida.

La magia del cine hizo que esta idea que argumenta la cinta, tomara especial relevancia debido a que tanto Isabel Tellería como Ana Torrent, hermanas en la historia, no entendían lo irreal del rodaje dada su temprana edad entonces. Por ello, todos los personajes se llaman igual que sí mismos. El talento de Erice consiguió mantener un clima de “cuento” para las pequeñas, quienes entregan a la historia de nuestro cine una interpretación pura, totalmente real. Ello, unido al talento de Fernando Fernán Gómez, y al regalo que es cada imagen y cada plano, hacen de esta película una auténtica obra de arte.

Muchos se preguntan ¿Por qué tan pocas películas en tanto tiempo? Yo también me lo pregunto. El tiempo; el tiempo, tan importante en el cine de Erice; demasiado lejos su última película. Sus pequeñas pinceladas cinematográficas de los últimos años, son como ecos lejanos de una bella melodía que conocemos y añoramos. Así, su colaboración en ‘Ten Minutes Older: The Trumpet’, junto a directores como Win Wenders o Spike Lee, es quizás, lo más interesante que hemos podido ver en los últimos veinte años.

Y fue hace veinte años más o menos, cuando la más absoluta sencillez y pureza, atravesó el objetivo de la cámara del realizador para fundirse con los ojos del pintor Antonio López y lo que éste miraba: un membrillero. Erice posa la cámara y deja que el tiempo escriba la historia. ‘El Sol del Membrillo’ se suele etiquetar como documental, pero tras terminar, yo sólo vi un bello relato sobre la vida, el paso del tiempo como vehículo hacia la experiencia y la felicidad, mientras un señor quiere pintar el sol a través de un árbol. La sinceridad de la película hace que Antonio López olvide la presencia de la cámara según pasan los minutos, regalándonos un final tremendamente bello, cargado de ese lirismo típicamente “ericesco”.

Pero quizás fue ver su propia sinfonía incompleta en un momento dado, un factor que se escapa a la mano del artista en tantas ocasiones. ‘El Sur’ iba a ser la segunda obra de Víctor Erice, en realidad lo fue, alcanzando un gran éxito de crítica y público; no obstante, para su director siempre será una cinta inacabada y mutilada. La reputación de Erice venía respaldada por su primer trabajo y sin embargo, la productora decidió a media película que era suficiente con lo que había.

Una joven Icíar Bollaín, en el papel de Estrella.

Confieso que, sin conocer este hecho, la película me fascinó y siempre me fascina cuando la veo. Quizás estemos ante la mejor fotografía de la historia de nuestro cine. Nuevamente una niña, Estrella, no comprende el silencio de su padre, un reflejo del que fue antaño bañado de melancolía y añoranza de un Sur que no llegamos a ver nunca. La muerte de la esperanza, ahogada en un bosque otoñal, cargado del amor que profesa una hija a su padre, el cual, permanece anclado en otro tiempo, muy lejos de La Gaviota, el hogar de su familia.

Con todo,  podemos considerar  ‘El Sur’, como una película indispensable. Aunque en mi retina siempre conservo la voz de Víctor Erice, muchos años después de estrenar la cinta, con un ritmo pausado y claro, mostrando su hastío ante un pasado que no puede cambiar, recordando a su propio personaje. La industria de este país le dio la espalda años después, a final de los noventa, cuando ya tenía escrito el guión y la aprobación por parte del autor de la novela, ‘El embrujo de Shanghái’. Nuevamente, consideraban que su cine era demasiado “erudito”, por lo que sería dificultoso obtener beneficio. Al final, Trueba llevó a cabo el trabajo desechando el guión de Erice. Resultado: película discreta; resultados comerciales discutibles.

Supongo, que la industria considera al público estúpido e incapaz de valorar un cine distinto y lleno de talento. Será por eso que el cine de Erice es conocido en todo el mundo y pese a contar con los dedos de las manos sus películas, su voz es escuchada en todos los círculos del cine. Y con su voz, su voz callada hace treinta años; palabras que nunca cruzaron el pueblo andaluz donde recalaría ‘El Sur’, reivindico la valía de su obra, muy lejos de la colmena cinematográfica, allí donde los verdaderos artistas navegarán siempre a través del tiempo.

 “Hay en el mundo unas islas que ejercen sobre los viajeros una irresistible y poderosa fascinación, pocos son los hombres que las abandonan después de haberlas conocido; la mayoría dejan que sus cabellos se vuelvan blancos en los mismos lugares donde desembarcaron,  hasta el día de su muerte; a la sombra de las palmeras, bajo los vientos alisios, acarician el sueño de un regreso al país natal, que jamás cumplirán. Esas islas, son las islas del sur; cuentan, que en ellas estuvo en tiempos el paraíso.”

                                                                                                            R.L. Stevenson ‘En los Mares del Sur’.