No importa que el gran Harry Christophers tuviese que marchar urgentemente por una dolencia muscular, nada grave, que le impedía tomar el mando, The Sixteen podríamos decir que funcionan solos, aunque su joven asistente estuvo a la altura como no podía ser menos al estar en el grupo desde su fundación.El lleno en la catedral palentina fue casi total, con aficionados que el día anterior habían estado en Valladolid y como "coral peregrinaje" victoriano ("A Choral Pilgrimage" hispano) se desplazaron hasta Palencia e incluso proseguirían hasta León para finalizar el camino, donde poner broche de oro a su XXVIII Festival Internacional de Órgano Catedral de León.Las palabras de Samuel Rubio antes del concierto, al igual que sus excelentes notas al programa, específico para esta gira catedralicia castellanoleonesa del gran coro inglés, nos recordaban que el gran Victoria "acaba de morir hace solo 400 años" y cómo para muchos sigue siendo un gran desconocido. También la originalidad del programa elegido por temática exclusivamente mariana y lo gratificante que resulta escuchar un programa dedicado a la Virgen que no es de lo más popular que escribió el abulense, aunque con la calidad de obras e intérpretes sumados a los comentarios escritos de las obras, hicieron a los presentes "fundirse alma y cuerpo a consecuencia de un orden ya no sólo espiritual y litúrgico sino también estilístico y musical". Hasta los tapices de fondo eran de inspiración mariana, no sé si feliz coincidencia o búsqueda a propósito, pero todo resultó perfecto.
Comenzaron con la Salve Regina (a 5) y prosiguieron con el Kyrie y Gloria de la "Missa Alma Redemptoris Mater" (recién grabada por ellos mismos), perfecto contraste dinámico del lento al vivo donde la música siempre está al servicio del texto latino, con un colorido vocal extremecedor.
Un bloque de cuatro vendría a continuación: Alma Redemptoris Mater (a 5), Himno - Ave Maris Stella donde las campanadas de "la media" pusieron el colorido, Gaude Maria Virgo y Alma Redemptoris Mater (a 8). Destellos de luz en la sombra, empaste perfecto, afinación increíble, con un sentido del tactus renacentista que nos dejaron boquiabiertos, y el gozo de lo bien hecho.
No se quedó atrás el Magnificat Octavi toni, donde los versos gregorianos sonaron a "gloria" contrastando la polifonía más perfecta para un texto que "proclama mi alma a la grandeza del Señor".
Tras escuchar los cuatro cuartos con sus correspondientes nueve campanadas llegábamos a la recta final, donde la antes comentada disposición de los contratenores consiguió nuevas dimensiones sonoras, volviendo a la Misa de la "Madre Santa del Redentor": el Sanctus que parte del gregoriano tan explícito, presente pero difuminado (como bien lo describe Rubio) y el policoralismo que después "patentarían" los barrocos venecianos seguramente conocedores del magisterio de Victoria más que el de Palestrina, para que no lo olvidemos.
Finalizaría este concierto mariano de la mejor forma posible con las Litaniae Beatae Mariae, música y texto "causa de nuestra alegría... Paraíso de gozo...", nunca tan a propósito ante el despliegue sonoro y magistral interpretación de "El XVI cantado por 17".