Dedicado a la memoria de Arkadi Futer (1932-2011), concertino de OvFi. Personalmente también a los muchos amigos que han partido en este año y que La Música los mantendrá siempre vivos.Siempre es un orgullo y un placer escuchar en vivo este Requiem mozartiano y además con "personal de casa", comenzando por las excelentes notas al programa de Maria Encina Cortizo, siguiendo por la orquesta y el coro, y acabando por dos de los solistas (Ana y Juan). Si el resultado global es más que satisfactorio, honesto suelo decir, equilibrado que ya es mucho, aseado que dirían los puristas, entonces da gusto comenzar este Puente de la Constitución así.
El responsable Marzio Conti está dando nuevos aires a una orquesta que vuelve a sonar empastada y sin "desmanes", perfectamente adaptada a su nuevo titular que fue capaz no ya de brindar una versión llena de los claroscuros que ya en sí tiene esta obra, sino de contener volúmenes para disfrutar de las partes vocales, solistas y a coro. Si la cuerda sonó clara, limpia en cada pasaje, además de contundente en los tres contrabajos, el viento que dobla muchas veces las voces se "ensambló" perfectamente con ellas, destacando los trombones por un sonido redondo y nunca estridente además de las trompetas de llaves. Impecable el órgano (eléctrico) y otro tanto los timbales, acariciados con baquetas de madera (sin fieltro) situados al fondo a la derecha (aunque suene a chiste) que nunca enturbiaron una sonoridad idónea. El conocimiento que el director italiano tiene de esta obra así como su cercanía en el tiempo tras hacerla en Bilbao también con un coro asturiano (El León de Oro) se notó en la cantidad de "detalles" que dieron un nuevo brillo a las texturas que encierra.
El Coro de la Fundación conoce este Requiem y lo disfruta, algo que se notó, mimado además desde la dirección que sacó de ellos una gama dinámica que tenían algo olvidada: bien los pianíssimos y los fuertes nunca gritados, más bien enérgicos porque así lo requería el maestro Conti; unos ataques en los agudos bien afinados y nada tirantes, más unos graves que parecen "engordar" con Mozart. Pudimos escuchar cada una de las cuatro cuerdas protagonizar sus intervenciones y diferenciarse en todas, volviendo a ganarse el respeto.
Globalmente una versión llena de momentos variados en cada uno de los números, sublimes (Confutatis), oscuros (Rex tremendae), brillantes (Sanctus), etéreos (Agnus Dei), que convencen a católicos y ateos, agnósticos y luteranos, pues escuchar el Requiem de Mozart supone saber que hay vida después de la muerte,
LA MÚSICA SIEMPRE ETERNA.