Un soldado del Ejército Rojo es destinado a la custodia y vigilancia de un aeroplano accidentado que ha debido tomar tierra en la huerta de una isba de un miserable y remoto koljós. Este soldado se llama Iván Chonkin y es notablemente estúpido, razón que explica el motivo por el que ha resultado elegido de entre todos sus compañeros para ser despachado a tan ingrato destino.
Los días pasan y su regimiento parece haber olvidado al desdichado centinela que, sin relevo ni avituallamiento, deberá apañárselas para sobrevivir y poder llevar a término su misión. Y Chonkin parece no manejarse tan mal dadas las circunstancias, mejor aún, se adapta a las mil maravillas ya que termina por instalarse en la isba en cuyo huerto se encuentra el avión para guarecerse de las inclemencias del tiempo, comer a cuerpo de rey y, principalmente, tomar como compañera a Niura, una atractiva joven que vive sola -junto a un jabalí y una vaca- y a la que Chonkin le parece un regalo caído del cielo.
La llegada de Chonkin no altera sustancialmente la vida del koljós. Los hombres se dedican a labrar la tierra, las mujeres a cocinar sus patatas y los responsables políticos a tratar de falsear los datos de producción de grano para no caer en desgracia con los jefes de la comarca.
Pero pronto las pacíficas vidas de los campesinos y la del propio Chonkin cambiarán radicalmente. La URSS ha sido invadida por los alemanes y todos deben prepararse para la defensa de la Patria. La unidad de Iván Chonkin le olvida definitivamente en su afán por prepararse para partir al lejano frente pero el peligro también se encuentra en el interior. Y así, veremos cómo Chonkin debe afrontar con valor los riesgos a que su puesto expone, logrando algunos éxitos notables.
No resulta sorprendente que, en un mundo dominado por la burocratización más irracional y estúpida, sea un idiota quien mejor conserve el juicio y sea capaz de atinar en el diagnóstico de lo que le rodea. Más allá, sólo la locura. Informes de cosechas que nada tienen que ver con la realidad, licores fabricados a base de excrementos, aficionados a la botánica empeñados en crear nuevos cultivos, agentes de los servicios de seguridad que se convierten en nazis furibundos a las primeras de cambio, y miedo, mucho miedo. Miedo a que nos oigan hablar de Stalin y puedan interpretar que le faltamos al respeto, o miedo porque no hablar del jefe supremo puede ser considerado prueba de traición. Miedo a la encarcelación por motivos políticos (o por la mera denuncia de vecinos envidiosos) o miedo a ser reclutado por la fuerza.
Y es que el miedo es precisamente el gran protagonista de esta novela, un miedo ajeno que nos hace reír porque vemos las absurdas situaciones a que lleva, lo poco que representamos para un régimen brutal. Pero a veces reímos con la boca pequeña porque todos buscamos nuestros apaños y acomodos y, por tanto, todos somos susceptibles de hacer un ridículo patético similar al que asistimos en esta novela.
Miedo es también lo que debió sentir el autor de esta novela, Vladímir Voinóvich, cuando en 1969 concluyó el manuscrito de esta novela (aunque su publicación en la URSS debió esperar a los tiempos algo más benignos de la perestroika). Como podemos imaginar, el disfraz de la ironía no logró hacer pasar desapercibida la novela a los ojos de los censores soviéticos. Su autor ya contaba en su haber varios roces con los jerarcas por lo que no se lo pusieron fácil. Pero afortunadamente, en lugar de terminar en la helada Siberia, fue expulsado de su país y pudo seguir escribiendo y describiendo la paranoia en la que vivían sus compatriotas.
Vladímir Voinóvich
Ya hemos hablado muchas veces antes (El maestro y Margarita o Las aventiras del valeroso soldado Schwejk) de cómo el poder prefiere ser criticado pero temido, a ser objeto de mofa y burla puesto que nada erosiona más al poderoso que la irrespetuosidad de sus sometidos. El poder se impone mediante el miedo y lo cómico, la sátira, hace saltar por los aires ese temor, humaniza y acerca a partes iguales. Esta novela sigue por tanto esa senda para lanzar un ataque feroz al sistema soviético y, para ello, emplea otra táctica muy frecuente en la tradición literaria, la del protagonista algo tonto o loco, pero que por eso mismo, conserva la lucidez suficiente para ver lo que no es evidente para el resto. Sólo los niños (y los borrachos) dicen la verdad, sólo Chonkin lleva a sus últimas consecuencias el cumplimiento de su deber, por absurdas que sean sus órdenes, logrando evidenciar la irracionalidad esquizofrénica que le rodea.
El gran mérito literario de Vladímir Voinóvich es mantener el ritmo narrativo y llevar al lector hasta el punto en el que éste deja de leer una novela realista para adentrarse en una novela rocambolesca -casi surrealista- donde la realidad, la vida bajo el régimen soviético, termina por parecer la más absurda de las ficciones.
Pero no olvidemos que lo que nos hace reír hizo morir a muchos, que lo mismo que pasó en la URSS sigue pasando en otros lugares también en nuestros días y que, por narrarlo, otros tantos ponen en peligro sus vidas. En ocasiones, la realidad supera a la ficción y a nadie sorprenderá que, como ocurre en esta novela, hasta los mismísimos caballos quieran afiliarse al Partido.