Vidas cruzadas: Pedro Estala y Fray Vicente Navas

Publicado el 30 diciembre 2011 por Franciscogarciajurado
Hace unos días tuve la oportunidad de visitar en el Museo de Cádiz una interesante exposición titulada “El viaje andaluz de José I. Paz en Guerra”. Entre las personas que acompañaron al rey francés en su periplo por Andalucía, a finales del primer decenio del siglo XIX, estaba Pedro Estala, helenista y persona destacada de la Ilustración española de finales del siglo XVIII. En ese contexto también se inscribió la figura de Fray Vicente Navas, que moriría en Comayagua el mismo año en que José I llevaba a cabo su viaje. ¿Qué relación existe entre Pedro Estala y Fray Vicente Navas? Hay un dato concreto en cuya trascendencia llevo pensando durante estos días. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
La historia de los grandes sucesos suele venir acompañada de sombras personales, y a menudo pequeñas rencillas que se esconden tras decisiones aparentemente razonadas. Mientras estudio y profundizo en el significado que la obra de un ilustrado menor, Fray Vicente Navas, pudo tener en la España absolutista de Carlos IV, temeroso de los vientos revolucionarios que corrían por Francia desde 1789, tuve noticia, gracias a un libro de María Elena Arenas Cruz, de una censura negativa que Navas redactó contra la propuesta de un diario enciclopédico. Pedro Estala e Ignacio García Malo, ambos bibliotecarios, querían convertir la entonces incipiente historia literaria en un conocimiento práctico y moderno, ligado a los proyectos enciclopedistas provenientes de Francia. Todo esto ocurría en 1792, al tiempo que el propio Pedro Estala intentaba hacerse con un lugar propio en la Biblioteca de los Reales Estudios de San Isidro, gracias a la ayuda de su bibliotecario primero, Manuel de Miguel, y en detrimento del bibliotecario segundo, Cándido María Trigueros. Bajo el pseudónimo de Casto González Emeritense, Fray Vicente Navas publica igualmente ese mismo año de 1792 su Compendiaria Via in Graeciam y su Compendiaria Via in Latium, obras redactadas en latín que intentan transferir a España una materia que había nacido en las tierras septentrionales: la historia literaria de los autores griegos y romanos. Sus presupuestos, por lo que hemos podido deducir del texto que abre ambas obras, respondía perfectamente a los ideales absolutistas y a un uso concreto de la Antigüedad, el gusto neoclásico, que ponía en Horacio y Cicerón su ideal más excelso. Dos formas de concebir la historia literaria se enfrentaban, pues, en las figuras de Estala y de Vicente Navas: los modernos frente a los antiguos, y la novedosa enciclopedia frente a las antiguas configuraciones del saber heredadas de la filología de los siglos XVI a XVII. Navas aduce en su censura “que no espera desempeñen lo que ofrecen, y que aun quando fueran capaces de ello, convendría poner algunas limitaciones al plan de operaciones que han propuesto. 1ª ceñir la licencia que piden para recibir leer y extractar los impresos extrangeros a cierto genero de escritos, por el perjuicio que ve la universalidad podra resultar al Estado y a la Religion: y 2ª que en la noticia o extracto que den de las obras que vayan saliendo a luz asi fuera como dentro del reino no se metan a Censores.” Cabe adivinar en estas líneas el recelo de la tardía ilustración española siente ante la novedad de las ideas venidas de fuera, expresadas por uno de los exponentes más conservadores de ese pensamiento. El paso del tiempo sugiere que algo de esto pudo haber. Fray Vicente Navas, dominico, tuvo que regresar en 1793 hacia América para asumir las responsabilidad del obispado de Comayagua. Estala, que consiguió colmar sus ambiciones profesionales en los Reales Estudios de San Isidro, fue derivando hacia posiciones cada vez más liberales, cercano a personas como José Marchena. Así pues, se me ocurrió pensar, mientras recorría la exposición de Cádiz, cómo cada uno de estos pesonajes, Navas y Estala, vino a representar derroteros bien distintos de la historia de España: mientras uno recorría con José I una Andalucía que terminaría convirtiéndose en el imaginario de los románticos, el otro fallecía en la lejana Comayagua, en una América que ya hervía con las ideas de la independencia. FRANCISCO GARCÍA JURADO