Parece que el hombre moderno sufre un profundo desamparo en medio de la sociedad contemporánea. Desplazados por el Capitalismo dislocativo en que vivimos, muchas personas tienen dificultad para acceder a una vida normal, sumidas en una espiral de precariedad y exclusión.
Este desamparo se ve agravado por la estructura de poder y coacción que hay en la proclamación neoliberal de la libertad: el imperativo categórico de ser libre lleva paradójicamente a la autoexplotación, a jornadas inacabables, al cansancio y el agotamiento como expone el filósofo Byung-Chul Han.
Nos habituamos por necesidad a vivir en la superficie de la vida, en la mera vida, en la mera supervivencia. Han postula que el Capitalismo actual absolutiza la mera vida y se deshace de pensar en el objetivo de su actuación, en una vida buena posible o una vida vivible. El proceso de capital y producción se acelera de tal forma que en el extremo se despoja de dirección, de plantearse cual es su objetivo final o hacia donde se dirige.
Convertidos en seres precarios o sujetos de rendimiento por ese proceso de producción y reproducción Capitalista, somos incapaces para el cierre, para la conclusión. Estamos tan subyugados por el proceso de abrir nuevas oportunidades, experiencias, productos de consumo y de romper los límites, que se ha perdido la capacidad de cerrar y concluir, de llegar hasta el final de las cosas que realmente nos deberían importar. La eterna apertura nos lleva a la insatisfacción y al colapso. Nos rompemos bajo la coacción de tener que producir y consumir cada vez más.
Además Han expone que el Capitalismo elimina por doquier la alteridad para someterlo todo al consumo. El hombre actual permanece igual a sí mismo y busca en el otro solo la confirmación de sí mismo. El mero trabajo reproduce siempre lo mismo y no lleva al punto de vista del otro, de la diferencia. La crisis actual puede atribuirse a la desaparición del otro, a que ha hecho muy difícil una acción común, un nosotros: imbuidos inconscientemente como estamos en la mera vida de la sociedad del rendimiento.
Nuestra reacción adaptativa ha sido en muchos casos la sumisión voluntaria: la aceptación de este mundo construido por el Capitalismo dislocativo tal como viene, incluso incluyendo su gran parte de injusticia, en una forma de colaboracionismo de mera supervivencia; sin plantearnos realmente cual es nuestra idea de vida buena, qué hace la vida realmente vivible para nosotros y los demás.
Se hace necesario seguramente detenerse y pensar en abrir las condiciones de posibilidad, conducir el pensamiento a través de lo no transitado, de lo otro. Interrumpir la perspectiva del uno y hacer surgir el mundo desde la perspectiva y el punto de vista del otro, de la diferencia. Tenemos que ser capaces de dar el gran salto de la mera vida a la buena vida. ¿Qué hace una vida vivible, que merezca la pena ser vivida?. Seguro que cada uno, si lo piensa un poco, tiene su respuesta y de ahí su objetivo y dirección de conclusión final.