La película simplemente es otra versión de Julio César, una de las mejores tragedias del inglés. Una versión inteligemente reducida porque la intensidad, la tensión y la emoción de la pieza teatral original están intactas aunque dura menos de la mitad que esta. Lo que hace especial a César debe morir es que su metraje son los ensayos de la obra a cargo de la compañía teatral de una cárcel en funcionamiento. Esto es, los actores son presos. Todos con muchos años de condena, algunos con cadena perpetua. Así pues, la película más que teatro filmado es un docudrama puro pues los Taviani se limitan a filmar sin intervenir dejando de vez en cuando en el metraje final los conflictos de los actores o los comentarios de los mismos sobre lo que están haciendo.
El resultado es notable porque los actores-presos están, todos, muy bien, sin duda muy motivados y con ganas de vindicarse, algunos de sobresaliente (en mi opinión César, G. Arcuri, digno y vanidoso como debió ser el personaje histórico y F. De Masi, Trebonio, que da la nota humana en la descarnada lucha por el poder que relata la obra), En ese sentido el casting es impecable. También César debe morir es notable por como los Taviani aprovechan la cárcel como escenario de las diferentes escenas, demostración de que con ingenio y talento nunca hay limitaciones, y la banda sonora, que es muy potente. Lo único que estropea el resultado final es el exhibicionismo y la tendencia al melodrama de los actores cuando no están interpretando, algo propio de los italianos, porque no queda claro si en esos momentos fingen o no.
El resultado es una película compleja y diferente que puede mirar a los ojos a la reputada versión de Mankiewicz, plagada de los mejores actores shakespirianos del siglo pasado, pues es más cinematográfica y su latinidad viste mejor a los personajes que el bárbaro idioma inglés y la gravedad de los actores ingleses. Conserva del original el certero análisis de la política (las masas siempre manipuladas mediante la información tanto antes como después de Jesucristo), que siempre hace pensar, el fino retrato de la mentalidad clásica y el canto a la libertad y a la dignidad (quizás por eso los Taviani eligieron esta obra), pero eso no es lo importante ya que lo tienen todas las versiones, pasadas y futuras, de Julio César de Shakespeare. Lo que eleva y diferencia a César debe morir es su demostración de que (la gran mayoría de) los delincuentes son humanos, no esos depredadores que sobre todo el cine yanki nos quiere hacer creer, pues para ser actor se necesita ser empático. De hecho la especial situación de un preso, tanto las razones que lo han llevado a la cárcel como el encierro, le capacita mejor para empatizar con
ciertos personajes de la Antigüedad pues, como ellos, conocen la muerte y el lado oscuro de la humanidad de primera mano (la estrella de la compañía teatral de la cárcel es un preso condenado a cadena perpetua por homicidio). Así, César debe morir nos recuerda que el Arte está allí donde hay sensibilidad y que esta puede estar en cualquier sitio, que este nos hace trascender (permitiéndonos ser uno de las personas más importantes de la Historia o llevándonos al pasado por ejemplo) y que este es capaz de la catarsis; los presos, presos son pero ya no son los mismos ni nosotros los vemos igual.