Casi de manera inmediata y como era de esperar, Internet ha desempolvado los bates de beisbol para intentar apalizar al mítico dibujante. Carca, desconsiderado, memo, fuera de tono, fuera de onda... son algunos de los bonitos comentarios que he leído en Twitter, que es la selva en la que los internautas descargan la ira acumulada durante el día de trabajo evitando así dar puñetazos contra la pared o inmolarse en sus hogares.
A título personal, como gran amante de los videojuegos, me parece que Forges, efectivamente, ha patinado. Además del factor mata-mata, que supongo que es a lo que se refiere en gran parte, Destiny y otros juegos de su estilo tienen numerosas virtudes que han sido posibles gracias al inmenso talento de verdaderos artistas, sobretodo en lo que se refiere al apartado visual. Sin mencionar los logros que el sector ha conseguido evolucionando su cada vez más compleja narrativa y la cooperación online, multiplicando las posibilidades de que usuarios de todo el mundo conecten de manera simultánea e interactúen en un mundo levantado desde cero.
Lo que a Forges se le ha negado, sin embargo, es su derecho a la libertad de expresión, presuponiendo que si tiene esa opinión sobre los videojuegos será porque no tiene ni puta idea del tema. Además, en nuestro imparable camino hacia la crítica menos constructiva, nos perdemos la oportunidad de debatir sobre temas interesantes; ¿Qué es cultura? ¿Quién define lo que es cultura y lo que no? ¿Por qué un videojuego tiene que ser considerado cultura?¿Es desorbitado un presupuesto de más de trescientos millones para la creación de un videojuego?¿Y qué pasa con el fútbol?¿Y el cine? ...
Son muchos los temas que podemos tratar y de los que se ha pasado en moto olímpicamente por tirarnos a la yugular de Forges, que, estrictamente hablando, solo ha dado una opinión, que debemos combatir con argumentos y siempre respetar por mucho que nos duela en el alma. A veces me da la sensación de que defendemos nuestro campo automáticamente y en el acto de anular al que tenemos en frente perdemos la oportunidad de hacer autocrítica, algo que cualquiera y en el trabajo que sea, siempre debe agradecer.