“¿Cómo puede ser que en Bolivia no se haya hecho una ficción del mundo minero?” desafió Kiro Russo cuando estrenó su película Viejo calavera a fines del año pasado en La Paz, Cochabamba, Santa Cruz, Tarija. Con esta pregunta, el realizador nacido en ese país señaló uno de los atractivos de este largometraje que compite en la sección internacional del 19º BAFICI. Además de la novedad narrativa, hay otros tres alicientes por lo menos: el dato de que un sindicato –éste para ser más precisos– haya coproducido el film; la invitación a descender 360 metros en las entrañas montañosas; la oportunidad de conocer un poco más el cine boliviano.
El guión que Russo escribió con Gilmar González gira en torno a Elder Mamani, un joven alcohólico y ratero que vuelve a su pueblo natal Huanuni tras la muerte de su padre minero. El regreso forzado implica convivir con su abuela anciana y trabajar bajo tierra.
La resistencia del protagonista a retomar la buena senda según exige su entorno o, dicho de manera objetiva, el camino que transitó su padre es el tema principal de esta película que, de paso, ofrece un fresco de una actividad histórica en Bolivia. Acaso influenciados por la pregunta retórica de Russo, algunos espectadores entendemos que el conflicto de Elder podría transcurrir en otro escenario (rural, obrero); en este sentido Vieja calavera es innovadora porque ubica la cuestión minera en un plano secundario.