A primera vista, desde el puerto la ría parecía desierta, solo cuatro cormoranes moñudos que descansaban en el espigón del puerto, un somormujo lavanco, algún zampullín cuellinegro y el bando de barnaclas carinegras que se alimentaba a lo lejos en la pradera de zoostera que se iba descubriendo al bajar la marea.
A las 12:30 h embarcamos en la lancha con la que Aves Cantábricas organiza salidas por este espacio protegido desde noviembre a marzo y nos dirigimos hacia la desembocadura. Los colimbos que habitualmente frecuentan esta zona no estaban, seguramente desanimados por el intenso viento que no solo parecía molestarnos a nosotros, así que dimos la vuelta y volvimos hacia el interior de la marisma donde a refugio del viento sería más probable que apareciera alguno.
Dentro de la zona de protección de la reserva, que delimitan unas boyas de gran tamaño muy visibles, una decena de personas practicaban windsurf y kitesurf, con las consiguientes molestias para las aves invernantes, que continuamente molestadas se tenían que desplazar de las zonas de alimentación a zonas menos favorables. Sorprende la falta de vigilancia en este espacio protegido, que permite estas prácticas que están expresamente prohibidas.
Pronto apareció el primer colimbo grande, volando alto, que con sus patas situadas muy retrasadas en el cuerpo, asomaban por detrás dándole un aspecto inconfundible. Descendió rápidamente para posarse en el agua, donde un poco más lejos, otro colimbo grande se sumergía continuamente en busca de alimento.
En la orilla un grupo de agujas colinegras iba ganando terreno a medida que se retiraba el agua y hundían sus largos picos en el fango en busca de gusanos y otros invertebrados. Desde sus lugares de reproducción en Islandia pasan aquí el invierno hasta que con la llegada de la primavera retornen a las tierras del norte para reproducirse.
Además de las agujas, en la orilla opuesta unos cuantos ánades silbones acompañados de unos pocos ánades rabudos también aprovechaban la bajamar para alimentarse. Un poco más lejos, una espátula adulta movía la cabeza a un lado y a otro atrapando pececillos con su pico.
Las marismas de Santoña son un lugar de gran importancia para la migración de las espátulas, pudiendo concentrarse durante los pasos otoñales hasta 500 individuos en algunas ocasiones. Desde hace unos años, unas cuantas decenas de ellas no siguen su viaje migratorio hacia el sur y se quedan aquí a pasar el invierno.
La marea ya había bajado bastante, y en la arena, un grupo de más de 50 barnaclas carinegras pacía la zoostera mientras otras descansaban tumbadas después de haberse saciado. Preferimos no acercarnos para no molestarlas y que siguieran a lo suyo.
Delante de ellas, dos serretas medianas nadaban entre las olas que levantaba el viento. Se trataba de hembra adulta y un juvenil que ya llevan unos cuantos días en la zona. Después de verlas durante unos minutos se acercaba la hora de volver a tierra, así que tomamos rumbo hacia el puerto. Aún nos dio tiempo a ver otro colimbo grande, que más oscuro que los que habíamos visto antes, también aguantaba el fuerte viento aunque no parecía molestarle demasiado.
La lluvia nos había respetado, y aunque habríamos preferido unas condiciones mejores, pudimos observar casi todas las especies que se encuentran estos días por la reserva. Es cierto que este año, al igual que está ocurriendo en Asturies, la invernada no está siendo muy numerosa, pero también es cierto que aun queda mucho invierno y con la bajada de las temperaturas y la entrada de los próximos frentes, no sería extraño que aumentara el número de aves en las próximas semanas.
En el puerto, algunos zampullines cuellinegros, de los muchos que pasan el invierno en estas marismas, buceaban continuamente entre las barcas amarradas. La lluvia, que nos había respetado durante toda la mañana empezaba a caer y ya no pararía en unas cuantas horas.
Y para acabar la jornada qué mejor que irse a comer juntos y hablar de pájaros, de árboles y de naturaleza. Puede que el tiempo no acompañara demasiado, pero eso era lo de menos.