MIAMI. Durante semanas, las noticias fueron acerca de tres cosas, todas malas:
-La pandemia.
-El colapso económico.
-Los desvaríos y locuras de Donald Trump. (¿Recuerdan lo de inyectarse desinfectantes?).
La concentración en estos temas no es una fijación de los medios. En los últimos cuatro meses, una enfermedad nueva y mortal, la COVID-19, ha matado a unos 108 000 estadounidenses y continúa matándolos a una tasa promedio de 1 000 por día. Durante aproximadamente el mismo tiempo, el desempleo aumentó desde la menor a la mayor cifra desde la Gran Depresión. Pronto subirá más. Para completar el triplete, un presidente desquiciado, que tenía la esperanza de seguir un camino fácil hacia la Casa Blanca a caballo de una economía de pleno empleo, reaccionó ante el enorme revés a sus planes como un niño perturbado, tratando de romper todo y molestar a todos. Cualquier cosa excepto convocar al pueblo y concentrar recursos para combatir esta plaga.
¿Podrían ponerse peor las cosas?
Podrían y sucedió. El cuarto jinete del apocalipsis llegó al galope. Bien podría haber sido el espíritu de los jinetes nocturnos del Ku Klux Klan. El 25 de mayo en Minneapolis, Minnesota, un policía blanco mató a un hombre negro, George Floyd, quien estaba esposado, boca abajo en el piso, indefenso, suplicante, completamente bajo el control no de uno, sino de cuatro policías, y su vida le fue arrebatada por un agente que se arrodilló sobre su cuello con todo su peso durante casi nueve minutos, mientras que los otros tres agentes se quedaron en silencio cómplice. Y un video lo grabó.
Desde entonces, todo el infierno ha estallado, norte y sur, este y oeste, la ira multirracial de costa a costa.
Todos los elementos que durante días alimentaron la indignación pública fueron fáciles de ver para el mundo, el asesinato por un agente de la ley, un asesinato ilegal que se asemeja a un linchamiento ante la presencia de otros tres. En cualquier país, los defensores de los derechos humanos en el Departamento de Estado (si Trump aún no los ha despedido a todos) y las organizaciones no gubernamentales llamarían a este acto una “ejecución extrajudicial”, un sello distintivo de los escuadrones de la muerte en todo el mundo. No usamos el concepto cuando sucede aquí porque, vamos, se supone que no puede suceder aquí.
Sin embargo sucede, con demasiada frecuencia en los últimos años. Hay una lista larga y triste, demasiado larga para transcribirla aquí. Incluso en Minneapolis, una ciudad liberal con solo un 7 por ciento de población negra, ha sucedido más de una vez en el último par de años. Por lo general, el hecho involucra a policías blancos, hombres negros y un resultado mortal para estos últimos. Pero no tiene que involucrar a policías, hombres negros o fuerza letal.
El racismo es generalizado aunque no universal. Un negro dice que es como motas de polvo en el aire, siempre allí, pero invisibles hasta que un rayo de luz revela su presencia ubicua. O se muestra por medio de un incidente trágico o absurdo. Un blanco corriendo en un suburbio, está trotando. Un negro corriendo en un suburbio, un ladrón. Ahí es cuando dos “buenos muchachos” salen tras el negro que trota y lo matan.
Un blanco andando en un área determinada del Parque Central es un observador de aves. Un negro haciendo lo mismo: acosador, asesino potencial. Entonces, la mujer que pasea al perro sin la correa requerida (para la protección de las aves), cuando el negro le pide que le ponga la correa a su perro se enfurece, llama a la policía para decir que un negro la amenaza con matarla a ella y al perro mientras los ojos y los oídos de la cámara no revelan nada de eso. Mientras tanto, la mujer controla al perro halándolo de un lado a otro por el cuello como un muñeco de trapo. Los agentes de la policía de Nueva York se dieron cuenta de la farsa de la mujer y llegaron a la conclusión de que era un caso para NAACP o PETA, pero no para ellos. El jefe de la mujer también se dio cuenta y no le hizo gracia. Fue despedida de un buen trabajo, que es difícil encontrar. Sin lugar a dudas, ella recibió toneladas de burlas y desprecio, con una dosis extra porque sucedió en Nueva York, un lugar de gente dura. A veces hay justicia poética.
En algunos aspectos, los disturbios raciales fueron como los de finales del siglo 20, incluidos Miami (1980) y Los Ángeles (1994), pero en muchos aspectos diferentes. Las primeras escenas del guión son parecidas. Los policías intentan detener a un sospechoso negro por un delito menor. El sujeto intenta evadirlos u ofrece cierta resistencia. Ahora el sujeto es, a los ojos de la policía, culpable de un delito mucho peor que exceso de velocidad. Falta de respeto a la autoridad. Un delito más serio para un sospechoso blanco, quizás mortal para un sujeto negro. Los policías están indignados por el comportamiento “altivo”. Le van a enseñar quién manda, golpe a golpe. Lo mataron a golpes (Arthur McDuffie, Miami) o casi lo matan (Rodney King, Los Ángeles). Los policías son acusados, el juicio se traslada a una ciudad con un número menor de miembros de minorías y todos los agentes son absueltos de todos los cargos. El Miami negro y el Los Ángeles negro hacen erupción.
Las diferencias comienzan con el hecho de que no solo los afroestadounidenses han visto esta película demasiadas veces, sino que una nueva generación de blancos y latinos también la ha visto y no les gusta. También salieron a la calle.
Una segunda diferencia es que las protestas y la violencia fueron localizadas. Ahora, están sucediendo en muchas ciudades de todo el país, desde la ardiente Nueva York hasta la apacible Fort Lauderdale.
Una tercera diferencia es que los presidentes de aquellos tiempos simplemente proporcionaron la yesca que hizo posible el incendio. El presidente Donald Trump proporciona la yesca, los fósforos, el acelerante y los motivos y, una vez que se enciende, agrega gasolina a la mezcla explosiva.
¿A dónde lleva todo esto? Cualquiera que diga que lo sabe está mintiendo. Algunas cosas son predecibles, pero otras no. Sin duda, Trump intentará hacer lo que hizo Nixon, un delincuente que se hizo pasar por presidente a favor de la ley y el orden para ganar unas elecciones. Vaya, ya lo está haciendo a lo grande, antes de que las cenizas se enfríen, sacando a los militares a las calles de la capital de la nación, como si el país estuviera bajo el ataque de un movimiento revolucionario clandestino que planea decapitar al estado. Absurdo, sí, pero vivimos en Absurdistán.
La última pregunta es: en medio del gran conjunto de desastres que han sucedido bajo la égida de Trump, ¿volverá a tener éxito la misma estratagema? ¿O podremos en noviembre, por medio de una aplastante derrota electoral a nivel nacional, estatal y local, expulsar a este sabelotodo maligno y a todos sus clones y leales secuaces?
Traducción de Germán Piniella para Progreso Semanal.