Viento cervantino

Publicado el 20 junio 2015 por Elarien
A través de una rendija, la brisa ahueca las cortinas. ¿Qué se esconderá tras ellas? Las hincha hasta reventar la tela. Superada la barrera, se cuela en la biblioteca. Huele a cuero viejo, a papel encerrado, a barniz de madera y a sosiego. El aire revisa con calma cada recodo, revolotea por los estantes, husmea los tomos y levanta el polvo.
Hay un libro abierto sobre la mesa. Duermen las palabras dentro del cuento y aguardan, entre sueños, el beso que las despertará de nuevo.
Al contacto de la brisa, vibra el relato olvidado. El viento se demora retenido en el vaivén. Oscila sobre los cantos, juguetea con las páginas y roza la grafía que adorna la primera línea. Entona la letra y se queda quieto. La repite y retiene el aliento. Prosigue, cautivado por la música del texto. Lee, canta. Se recrea en la melodía. Llega hasta el final de la hoja, sin hallar el final de la historia. ¿Cómo continuar sin quebrar la cadencia de la rima? Suspira... mas los suspiros no bastan y la página no avanza.
La frase se corta. El relato se interrumpe. La brisa se tensa. El silencio crece. Se acumula, pesa, abruma. Es denso, espeso. Se adhiere a las paredes, alfombra el suelo, se infiltra en los recovecos. Como un péndulo se desplaza hasta invadir la estancia. El viento se impacienta. Aúlla... sin que suceda nada. Enardecido, sopla con más fuerza. Ruge. Brama. Se transforma en vendaval. Atrapado en la ventisca, el papel se agita. Tiemblan las letras. En una sacudida se desprenden y la tinta se vierte. Las hojas vacías se desatan y rotan enganchadas en las aspas de una espiral blanca.
En medio del torbellino surge una triste figura, cubierta de una armadura. El caballero se alza frente al molino de páginas. ¡Ay, malandrín! le grita al viento. Empuña la lanza y blande la espada. Amaga y, tras la amenaza, ataca. El chasquido corta el aire. Un eco gigantesco repliega el tiempo.
La sala queda en suspenso. Los libros se encogen, frágiles, en sus estantes. Don Quijote se hinca de rodillas. Jura, por su honor de caballero, preservar y defender la nobleza de los textos. Junto a sus armas, velará la tinta derramada. En la solemnidad de aquel juramento, las palabras se enredan en su sombra, para regresar a la historia.