Viernes, 22 de agosto de 2014

Publicado el 22 agosto 2014 por Benjamín Recacha García @brecacha

Así escribo mi nueva novela…

Hola, Toni. No voy a empezar la carta con el típico “¿qué tal?” porque he leído tus últimas entradas en ‘Autotomía’ y me he hecho una idea bastante aproximada. Resumiendo mucho, contento por tu éxito en el VIII Premio Luis Adaro de relatos (reitero mis felicitaciones) y (no sé si es el adjetivo más adecuado) decepcionado por la constatación de que el mercado editorial digital es el caramelo en la boca del escritor independiente, un caramelo insípido del que poco jugo se puede extraer. Ahora te daré mi punto de vista sobre ello, aunque creo que ya he tocado el tema en algún escrito anterior, pero antes voy a abordar otra cuestión que te quería comentar.

Ya sabes que he estado leyendo novelas de autores (hasta ahora) desconocidos como nosotros y que algunas me han sorprendido muy gratamente. Otras menos, es lo normal aunque sólo sea por una simple cuestión de probabilidad. Pero también leo a autores consagrados. Siempre lo he hecho. Dicen que de los grandes se aprende, y es verdad. Sin embargo, ya he comentado en otras ocasiones que el nombre del autor no influye para nada en mi valoración de la obra que tengo entre manos.

Hace unos meses empecé a leer Rayuela, de Julio Cortázar. En unos días se conmemora el centenario del reconocidísimo escritor argentino. Aún no había leído nada suyo (lo confieso) y creía que debía intentarlo por lo menos con su obra maestra, de la que con motivo del 50 aniversario de su publicación, el año pasado, se organizaron montones de homenajes y reediciones especiales.

No cabe duda que Rayuela es un libro especial. Acabé la parte “normal”, la que se lee a la manera tradicional, es decir, una página tras otra, y ahora ando enfrascado con la que se lee a saltos, al estilo del juego de la rayuela, la charranca de nuestra infancia. Tengo que reconocer que he perdido las ganas de seguir porque los fragmentos que se intercalan entre los pasajes de la primera parte (la que se lee seguida) no me interesan. Esta segunda forma de lectura en mi opinión carece de ritmo narrativo, no consigue engancharme. Decir esto públicamente quizás me haga perder el respeto de algún/una seguidor/a del blog, pero tengo que ser honesto. No me puedo tirar el moco de que Rayuela me ha encantado simplemente por quedar bien.

A ver, la novela es buena; hay que tener paciencia con ella porque, como decía, es muy especial. Yo sería absolutamente incapaz de escribir algo parecido; intelectualmente no le llego ni a la suela de los zapatos. Cortázar era un tipo muy culto. Las páginas de Rayuela destilan pasión por el conocimiento, por la filosofía, por el arte. Están repletas de referencias fuera del alcance cognitivo del 99% de los lectores. Cortázar filosofa sobre la vida a través de los personajes, y en la parte extra del libro incluso filosofa sobre el acto de escribir. Confieso que ahí me pierdo, pero el problema no es ése, solucionable con segundas y terceras relecturas, sino que hay largos fragmentos que no logran captar mi interés, y mira que tenía ganas no sólo de que me gustara, sino de que llegara a fascinarme, como parece que ocurre con tantísima gente.

Algo similar me ha sucedido con Herta Müller, Premio Nobel de Literatura en 2009. Hace un tiempo me descargué de Amazon La bestia del corazón, que se publicó en 1994. Leer a una Premio Nobel contemporánea sin duda tenía que ser enriquecedor… Hace tres días, a mitad del libro, decidí definitivamente dejarlo. Llegué a la conclusión de que no valía la pena seguir adelante con el único objetivo de terminarlo, puesto que con lo que llevaba ya tenía claro que no me gustaba.

La escritora germano-rumana ha dedicado la mayor parte de su obra a la denuncia de la terrible dictadura de Ceaucescu, que sufrió en sus propias carnes. En La bestia del corazón lo hace empleando un lenguaje repleto de metáforas. Es una historia que te sumerge en una atmósfera extraña, hostil, desagradable. Cambia continuamente de punto de vista, incluso de narrador, y lo hace sin dar pistas al lector. Además, prescinde por completo de la puntuación tanto en los diálogos como en su reproducción en estilo indirecto. Total, que se hace realmente difícil seguir la trama (en mi opinión bastante repetitiva) y comprender la información que transmite la autora.

He dejado a medias muy pocas lecturas, me cuesta mucho rendirme, pero actualmente tengo mucho que leer y no vale la pena perder el tiempo en algo que no voy a ser capaz de apreciar. Jamás me atrevería a calificar de mala la obra de una Nobel, sería increíblemente pretencioso por mi parte. El problema en este caso es una cuestión de estilo; el de Herta Müller no conecta conmigo.

Voy ahora con tu decisión de retirar El jardín de Marta de Amazon. El razonamiento que haces en la última entrada de tu blog es, como te decía en los comentarios, casi incuestionable. En realidad, poco va a cambiar que la mantengas a la venta o que no porque es muy improbable que en algún momento la gente decida descargarla en masa. Entre (por poner una cantidad) cien mil libros y millones de usuarios prácticamente se reduce a una cuestión de azar. A mí también me pasa con El viaje de Pau. He logrado algunas descargas más que tú, pero vamos, que lo normal es que ande por el puesto 20.000-30.000. Cuando alguien lo compra de golpe sube hasta el 4.000 o el 5.000, y si se encadenan tres o cuatro descargas seguidas llega a situarse entre los cien más vendidos en la categoría de ficción histórica, lo que da una idea bastante desoladora del nivel de ventas de ebooks que Amazon consigue en España. Imagino que los diez primeros de cada categoría deben lograr unos números algo más entusiasmantes…

De todas maneras, yo no voy a retirar El viaje de Pau de la circulación. Básicamente porque no confío en absoluto en que lo vaya a “fichar” una editorial, y lo que necesita un autor que se autopublica es visibilidad, aunque sea a una escala tan ridícula como la que yo puedo conseguir. Tú crees que el camino pasa por las editoriales tradicionales, y yo opino que tienes calidad sobrada para que alguna se interese por tu obra. Tienes que intentarlo, te animo a ello y a que seas lo más pesado que puedas con ellas. Probablemente yo lo intente de nuevo con la novela que estoy escribiendo (todavía no me ha sido revelado el título, jajaja), pero pese a que comparto contigo que el camino de la distribución pasa necesariamente por el circuito editorial tradicional (lo estoy sufriendo en mis carnes), soy bastante escéptico respecto a conseguir una oferta atractiva.

Me ha resultado muy interesante la reflexión que haces en tu último post sobre las librerías y el “poder” que a priori tienen los libreros para recomendar títulos. Eso es cierto, debería ser así, y de hecho yo mismo lo he comprobado con mi novela. Las librerías donde aun siendo un completo desconocido el/la librero/a la ha recomendado se ha vendido, mientras que en aquéllas donde no es más que otro volumen en una estantería acaba acumulando polvo o instalándose en el fondo de una caja en el almacén. El problema principal es que no son tantos los compradores potenciales que entran en una librería a dejar que les aconsejen y, sobre todo, son muy pocas las librerías realmente independientes para recomendar el título que le apetezca al librero.

En Caldes de Montbui recientemente cerró la librería Llamborda. La llevaba una pareja muy maja con la que he mantenido charlas muy interesantes sobre el funcionamiento del mercado editorial. El chico es un apasionado por la literatura, pero sobre todo es un apasionado por los libros. Responde al perfil que comentas de librero tradicional. Lo que realmente le gustaba era acompañar al cliente hasta dar con el título que podía satisfacerle. Pero acabó quemadísimo, desengañado y muy desilusionado con el funcionamiento real del negocio. Para que las cuentas salieran tenían que vender sí o sí los títulos de los autores y de las editoriales que todos conocemos. Se resistían a poner bestsellers en el escaparate y “odiaban” tener que vender material escolar para sobrevivir. Finalmente echaron la persiana convencidos de que el mercado del libro está muerto.

Yo no soy tan catastrofista, pero tampoco tan optimista, ni de lejos, como lo era hace un año, cuando empezaba en esto con toda la ilusión (y el desconocimiento) del mundo. Voy a seguir escribiendo porque es lo que sé hacer y lo que me gusta, aunque no consiga que me lean más que unos cientos de amables amigos, familiares y seguidores de las redes sociales. Mirándolo con perspectiva, no es poca cosa.

Hablando de escribir, y con esto acabo por hoy, me preguntabas en tu anterior carta si me hacía esquemas y notas o si me dejaba llevar por los personajes. Con El viaje de Pau tenía un esquema más o menos claro de la historia, aunque básicamente eran los personajes los que me iban “dictando” por dónde tirar. Con la novela que estoy ahora la estructura previa es aún más débil. Tengo algunas ideas en la cabeza, pero muy flexibles, hasta el punto que me voy dejando llevar totalmente por los personajes. Tomo muy pocos apuntes previos y lo que sí he empezado a hacer, a medida que van surgiendo nuevos personajes y tramas, es un breve guión para no perderme. Aún estoy construyendo el esqueleto de la trama principal. Ya tengo definidos los personajes más importantes y qué busca cada uno de ellos, porque lo que sí tuve claro desde el principio es que en esta historia el peso está en quienes la protagonizan. Me estoy esforzando por definir personalidades interesantes, que el lector quiera saber más de ellas, no tanto por lo que hacen como por lo que son. Y sí, se trata de gente que busca su camino en la vida a partir de situaciones de cambio, no deseado o que creía no desear. A ver si lo consigo.

Y aquí lo dejo. Como siempre, se me quedan temas en el tintero, pero tiempo habrá para sacarlos a debate en próximas cartas.

¡Un abrazo!