Se trata de otro día, este de hoy llamado Black Friday, importado e introducido por la fuerza de la publicidad en nuestros hábitos de consumo con la aquiescencia de nuestra tendencia a aceptar todo lo foráneo, sobre todo si es anglosajón, como admirable y superior. Otro triunfo del capitalismo más grosero y antiético, aquel que estimula un exacerbado afán acaparador que genera pingües beneficios al comercio, y una derrota de los que denostan ser conducidos como un rebaño de individuos cuyasconsciencias están clausuradas, en expresión de Cándido, a cuestionar la instrumentalización consumista de la que son objeto. Un viernes negro en homenaje a la vulgaridad de este tiempo, como lo describía Ortega y Gasset, cuando señalaba en La rebelión de las masas, que “el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera”. Exacerbado, ese derecho es sumamente rentable y quienes lo estimulan están frotándose hoy las manos.
Se trata de otro día, este de hoy llamado Black Friday, importado e introducido por la fuerza de la publicidad en nuestros hábitos de consumo con la aquiescencia de nuestra tendencia a aceptar todo lo foráneo, sobre todo si es anglosajón, como admirable y superior. Otro triunfo del capitalismo más grosero y antiético, aquel que estimula un exacerbado afán acaparador que genera pingües beneficios al comercio, y una derrota de los que denostan ser conducidos como un rebaño de individuos cuyasconsciencias están clausuradas, en expresión de Cándido, a cuestionar la instrumentalización consumista de la que son objeto. Un viernes negro en homenaje a la vulgaridad de este tiempo, como lo describía Ortega y Gasset, cuando señalaba en La rebelión de las masas, que “el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera”. Exacerbado, ese derecho es sumamente rentable y quienes lo estimulan están frotándose hoy las manos.