Vigilar y castigar comienza con el suplicio de François Damiens, que había intentado asesinar al rey francés Luis XV, que consistió en ser torturado con tenazas al rojo vivo, en quemar la mano que intentó asesinar al monarca con azufre y después a ser desmembrado utilizando cuatro caballos atados a sus extremidades (que no debían ser muy fuertes, puesto que después de horas tirando el verdugo tuvo que terminar el trabajo a hachazos). Después, el torso de Damiens fue arrojado a una hoguera, para incrementar su sufrimiento si todavía le quedaba un hálito de vida:
"El suplicio desempeña, pues una función jurídico-política. Se trata de un ceremonial que tiene por objeto reconstituir la soberanía por un instante ultrajada: la restaura manifestándola en todo su esplendor. La ejecución pública, por precipitada y cotidiana que sea, se inserta en toda la serie de los grandes rituales del poder eclipsado y restaurado."
Está barbarie todavía era practicada en el siglo XVIII, el siglo de la ilustración, pero en aquella época suponía la excepción a la regla, puesto que se empezaba a imponer una concepción mucho más civilizada del castigo. De ser considerado un espectáculo ejemplarizante, las penas se irán transformando poco a poco en algo más privado. De la muerte por torturas o trabajos forzados, se pasará al encierro en prisión, que anteriormente solo era concebido como un modo de mantener vigilado al criminal en espera de la verdadera sentencia.
Así pues, la pena, de ser interpretada como una venganza del Estado contra quien subvierte el orden establecido, empieza a ser considerada como una justa retribución al criminal por una acción contraria al bien común. Y no sólo eso: también se abre paso el pensamiento revolucionario de que el penado es una especie de enfermo que puede ser tratado y rehabilitado. La prisión no sólo es lugar de castigo, sino también de curación de los espíritus enfermos.
Con esta idea, la vida en prisión se va a parecer un poco a la de los monjes del medievo: el tiempo estará regulado estrictamente con el fin de que el penado no se encuentre nunca ocioso. Lo mismo sucederá en otras instituciones cerradas, que copiarán este método de control (y podemos decir de manipulación) social: colegios, talleres, hospitales, cuarteles. La regulación del tiempo será muy útil en los talleres de la revolución industrial, cuyo personal será estrictamente vigilado para que todos sus movimientos tengan un fin productivo: como si de una prisión se tratara, los trabajadores serán continuamente vigilados, estableciéndose una serie de sanciones para los no cumplidores. Eso mismo sucede en los colegios religiosos o en los cuarteles, donde está permitido que todos se vigilen unos a otros en favor de una disciplina que no debe ser quebrada en lo más mínimo. Así se supone que los soldados o los súbditos del mañana serán obedientes y productivos al Estado: el hábito de obediencia, la falta de privacidad y tiempo libre aseguran la sumisión permanente.
Este empeño de vigilancia permanente podrá ser realizado gracias a la idea, concebida por Jeremy Bentham, del panóptico, que consiste en un complejo arquitectónico presidido por una torre, cuyo vigilante puede controlar el resto de dependencias, construidas en forma de anillo. Así el prisionero se sentirá continuamente observado, lo cual tendrá un efecto inhibitorio en su conducta y su aislamiento en la celda respecto a los demás internos le dará motivo para reflexionar acerca de sus acciones pasadas, como si el panóptico fuera un gran hermano siempre acechante, que juzgará la conducta del penado y otorgará premios o castigos conforme a ésta.
Frente a las prisiones retratadas por Piranesi, laberínticas y caóticas, el panóptico refleja la idea de orden, fin último de la pena. Ya no se trata de castigar los cuerpos, sino de salvar las almas y devolver a la sociedad a individuos totalmente curados. Una herencia que llega a nuestros días, donde el reglamento de prisiones pone el énfasis en los derechos del individuo y la Constitución propone la rehabilitación del delincuente como uno de los principales fines de la pena.