La plenitud de un goleador, como su propia denominación indica, es golear. Hace cuanto sea para conseguirlo sabiendo que es lo que se le exige en cuanto estampa su firma en un contrato y sonríe con su nueva camiseta. Una instantánea que, salvo casos esporádicos, funcionaría para anunciar pasta dentífrica. A David Villa (Tuila, Langreo, Asturias, 1981) no le preocupa las expectativas que genera y los días antes de un partido duerme tranquilo al menos ocho horas. Sólo le inquieta, según reocnoce, poder caer en fuera de juego. Del resto se encargan sus botas y su cabeza, que constantemente recrea jugadas en las que acaba marcando. Aunque resulta poco probable que se imaginase a Iniesta habilitando a Xavi, que éste se la dejase de tacón sin mirar y que él, El Guaje para todos, recogiese su propio rechace para anotar el único y decisivo gol de España para doblegar por 1-0 a Portugal, fuera del torneo habiendo encajado dicho tanto y con Cristiano Ronaldo esquivo ante la portería y empequeñecido como no se le recordaba en tiempo. Resultó un ejercicio preciso y precioso por momentos, pura explosión, de la selección española, especialmente tras la entrada de Fernando Llorente por el otro Fernando, Torres, al que convendría reservar a la espera de que recupere físico, fondo y rebaje su ansiedad. Puede que el momento del Niño llegue en la siguiente cita, en cuartos de final, tradicional tope de la selección, ante Paraguay (sábado 3 de julio, 20.30 horas), vencedor en los penaltis de Japón, uno de los combinados emergentes.
España se enfrentará a su ronda maldita, los cuartos, una barrera que no ha superado nunca en un Mundial, pues hace 60 años obtuvo su valioso cuarto puesto en Brasil –en un torneo eternamente recordado por El Maracanazo– siendo primera del segundo de los cuatro grupos y último en la ronda final, donde quedó última con un punto, el único punto que cedió el campeón, Uruguay. De ese Mundial sin eliminatorias se recuerda el gol de Zarra ante Inglaterra, una suerte de delantero para España, a la que nunca le han sobrado los delanteros versátiles. Puede que Villa, salvando las distancias y superado el postraulismo, sea el ariete más inquietante, completo y solidario de cuantos ha disfrutado la Roja a lo largo de su historia. De momento, el recorrido de España en este Mundial pasa por Villa, escorado en la banda izquierda. Vital ante Honduras y decisivo ante Chile, el nuevo delantero del Barça sólo ha fallado ante Suiza y no se permitió otro desliz ante Portugal, ante la que, tierno gesto del destino, marcó en el minuto 62 de su partido 62. Derrapando en el césped celebró su cuarto gol en el torneo, cifra que le equipara a los dos delanteros más certeros hasta ahora, el Pipita Higuaín (Argentina) y Robert Vittek (Eslovaquia).
La confianza
“Hemos dado un paso muy grande ante un rival muy importante. Confiamos mucho en nosotros, sabemos el potencial que tenemos y lo que podemos dar, pese a los contratiempos”, describió Villa ante el micrófono de Sara Carbonero. El Guaje valora al elenco de pasadores que le ayudan a la selección, pero es de los que disfruta sacándose las castañas del fuego él mismo.
Desconectado y lejos de su mejor nivel, Torres ahora mismo parece más titular por lo servido que por lo que puede ofrecer. Nadie duda que sea uno de los mejores delanteros del mundo, pero tampoco hay que obviar que ha pasado una temporada llena de contratiempos y que fue convocado cuando aún no estaba recuperado de la lesión. Ansioso y precipitado, Torres siempre fue más rápido o más lento que el balón y tuvo la puntería desajustada. El Niño no ofrecía su repertorio de recortes, desmarques y electricidad en general. Y del Bosque entendió que tenía que ser el primer cambio. El técnico apostó por Llorente, que ya calentó durante los últimos minutos del primer tiempo, aunque no saliese hasta el 58. El delantero se concienció que iba a debutar en Sudáfrica y surgió como un volcán en un partido que había sido respetuoso entre los dos equipos a excepción del inicio fulgurante de España con Villa lanzando al palo y el susto de Casillas por no poder atajar el Jabulani tras un disparo correcto de Cristiano Ronaldo, un líder natural desnaturalizado y de nuevo prescindible para su selección, con la que no acaba de demostrar el óptimo nivel ofrecido en Manchester y Madrid y que empezó a ofrecer en Lisboa, ciudad en la muchos recuerdan con poco afecto al portero Eduardo, héroe del Vitoria de Setúbal tras parar tres penaltis ante el Sporting. En 19 goles con la selección sólo ha encajado cuatro goles. El último le devolvió a casa.
No tardó ni dos minutos Llorente en dar la razón a del Bosque y punto estaría de marcar lanzándose en plancha para rematar un centro de Sergio Ramos, hiperactivo y mejorado en el tramo final, siempre por delante de su compañero Cristiano Ronaldo, molesto con Queiroz por meterle de falso delantero tras cambiar a Almeida –dio otro susto a Casillas en otra acción irregular del balón que demuestra que el esférico fomenta los vídeos de pifias de los porteros, y las que faltan por ver– por Danny, presentado internacionalmente en el Zenit campeón de la UEFA y que no acaba de despuntar. CR7 en Portugal –CR9 en Madrid– tampoco encajó volver a la banda tras la entrada de Liedson por Simao. Al icono de Portugal –y primer, segundo y tercer mejor del mundo según él mismo– no le gusta que le discutan su jerarquía ni su función.
A última hora Portugal intentó solucionar lo que no había hecho hasta entonces, pero no encontraría ni una ocasión respetable. Las tres que tuvo fueron cosa de su rival, de Casillas y el balón y de un despeje de Puyol con la rodilla que casi entrada. Pocos argumentos para una selección históricamente atacante que en Sudáfrica vino a vencer desde y por la defensa. Se encontró con una España paciente, seria empezando por Puyol y Piqué y acabando por Villa, sustituido por Pedro un minuto antes de que Ricardo Costa fuese expulsado. El Guaje explotó para suerte de España, que prosigue su sueño. De momento, el reto es pasar de cuartos por primera vez.