La contraportada de Villa(Editorial Contrabando) tiene una frase de Víctor Hugo muy inquietante y a la vez muy reveladora: peor que el verdugo es su ayudante. Dicha sentencia nos recuerda al juicio de Nüremberg, donde los encargados de los campos de exterminio confesaban no saber nada o simplemente, cumplir órdenes. El mal se cimenta sobre la indiferencia de los hombres sencillos, normales, que no aspiran a nada. Sobre el ciudadano medio, tan culpable a veces de no hacer nada.
Este individuo gris es Villa, un médico de la aviación sanitaria argentina. Poco a poco ve cómo su entorno laboral comienza a cambiar a la par que la atmósfera política. Además aparecerán dos individuos siniestros con los que se verá obligado a colaborar. Poco a poco la sociedad argentina irá experimentando cambios a peor bajo el mando de José López Rega, en uno de sus periodos más ominosos.
Es imposible que Villa no nos recuerde a Pereira, el inmortal protagonista de Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi. Sin embargo, la esencia con la que están fabricados ambos personajes, su capacidad de reacción ante el horror que les rodea, es totalmente diferente. Ahí donde a Pereira se le revolvía la sangre mientras cenaba su tortilla con hierbas, Villa es capaz de anularse, de fundirse en el magma del poder. Quién sabe si por miedo a la represión o al dolor, Villa puede quedarse callado mientras el mundo se desmorona a su alrededor.
Eso sí, el retrato del personaje es magnífico. Porque Villa no es nadie especial. Es un ciudadano normal y corriente que ocupa un modesto cargo gubernamental hasta que las cosas empiezan a torcerse y cambia de lugar de trabajo. Villa es un médico normal y corriente que arrastra una vida anodina y un matrimonio gris. Como bien indica Rubén Arribas (que ha contribuido a la publicación de este libro en España) en su blog Aviones Desplumados: Villa se caracteriza a lo largo de la novela por ser un tipo servil, mojigato, conservador. Por esa razón, precisa que las jerarquías estén claras en todo momento, que el juego de lealtades sea nítido, que las piezas estén bien colocadas en el tablero social y que alguien le diga siempre dónde debe estar un peón como él. Como sucedía en el ministerio con el doctor Firpo, su jefe y mentor: él mandaba y Villa obedecía sin cuestionar nada, pues el mundo era así... Y así, al chico de los recados, por mucho título de Medicina que hubiera obtenido, el mundo le parecía un lugar seguro.
Pero ese peón, esa persona que no destaca por nada, es capaz de sostener un esquema político basado en la tortura y el castigo. No sólo es culpa de Villa, desde luego. Pero la historia ha demostrado que si suficientes personas buenas se quedan de brazos cruzados, el mal triunfa. Tal vez sea eso precisamente lo que nos asusta más de Villa, que podríamos ser cualquiera de nosotros en circunstancias extraordinarias.