Algunos de los trasladados entre los diferentes puntos del país los contratamos desde Barcelona. La información sobre la situación del país es muy complicada y contradictoria y la escasez de combustible y la falta de turismo ha hecho retroceder unos años las infraestructuras del transporte terrestre entre las diferentes zonas turísticas. Algunos nos recomendaron alquilar un coche, pero, in situ y viendo las dificultades con las que se encuentran para llenar los depósitos de gasolina, creo que descartar esa idea fue la mejor opción, además de ser un servicio extremadamente caro en Cuba.
El transfer La Habana - Viñales salió con algo de retraso pero el poco tráfico de la única autopista de Cuba hizo que nuestra llegada fuese, incluso, antes de lo previsto.
A pocos metros de la Plaza de Viñales se encuentra la casa de Yamilé, una mujer extremadamente servicial y amable que mantiene su casa impecable. La habitación con una bonita terraza tiene unas maravillosas vistas a los mogotes y al valle y, si no fuese por los constantes cortes de luz, el aire acondicionado y el ventilador la mantendrían fresca durante todo el día.
Entre escarpados mogotes, tierras rojizas de cultivos y verdes palmeras descansa la pequeña población de Viñales. Un respiro de tranquilidad después del frenético ritmo de La Habana.
Aquí la gente no viene a tomar mojitos y a bailar, aquí se viene a adentrarse en la cultura guajira, a montar a caballo y pasear por uno de los paisajes más bonitos de Cuba. Algunos turistas solo pasan un día en una rápida excursión desde La Habana, pero Viñales y sus valles ofrecen un sinfín de actividades que harán que cualquier estancia nos parezca corta.
Viñales se extiende alrededor de una calle principal con decenas de pequeños restaurantes para todos los bolsillos. Frente a la plaza de la iglesia, el bar La Plaza ofrece económicas tapas en su sombreada terraza, lugar que nos parece ideal para comer algo rápido y descansar un rato organizando los cuatro días en el valle.
Antes de que caiga la tarde y, aún bajo un sol abrasador, subimos los aproximadamente tres kilómetros de la carretera de Pinar del Río hasta llegar a lo alto de una loma. El Centro de Visitantes del Parque de Viñales, el Hotel los Jazmines y, entre ellos, el restaurante El Balcón del Valle comparten una de las mejores vistas al Valle de Viñales especialmente al atardecer cuando el sol se esconde por detrás de los mogotes. Cenar un plato cubano mientras se observa el espectáculo o simplemente tomando una refrescante limonada natural ya vale el esfuerzo de llegar aquí andando.
Al volver a casa por la oscura carretera, una tormenta que va aproximándose ilumina con rayos los mogotes cercanos aunque parece que, de momento, la lluvia se resiste a llegar en una época en la que los ciclones y las lluvias tropicales deberían ser habituales.
Pequeñas luciérnagas aparecen a nuestro paso. Es posible que durante unas horas sean la única fuente lumínica que tenga Viñales, cada vez más castigada con inexplicables cortes de luz que están haciendo mella en una población visiblemente agotada.
Fue la primera noche desde nuestra llegada a Cuba que el jet lag nos ha permitido dormir sin despertarnos de madrugada.
Desayunamos temprano un buen plato de fruta, pan y bocaditos calientes viendo los mogotes que quedan frente a la casa de Yamilé, cogiendo fuerzas para el duro día que nos espera.
Justo a los 8 de la mañana, Adrián con sus botas de agua y su gorro vaquero nos vieno a buscar para llevarnos a dar un paseo a caballo de, aproximadamente, cuatro horas (15€ por persona, con regateo incluido) por el Valle del Palmarito.
Este valle es uno de los cinco en los que los escarpados mogotes calizos de Viñales dividen la zona. Está justo al norte de la población y es fácilmente accesible. En sus tierras rojizas se extiende numerosas plantaciones de tabaco (en esta época del año, de maíz) y está salpicado de característicos secaderos con techos de paja. Todo el trabajo se sigue haciendo con carros y bueyes ya que el gobierno cubano restringe el uso de tractores y los guajiros se trasladan a caballo en un incesante trasiego.
La visita a una de las plantaciones de tabaco está garantizada, en ella ofrecen una pequeña explicación del proceso de secado, la venta del producto al gobierno cubano y del prensado y producción de lo poco que ellos se quedan, producto que pueden vender sin etiquetar a un precio sustancialmente más bajo que las marcas comerciales.
El café, la miel, la patata, la caña de azúcar y algunas frutas tropicales también se cultivan en algunas fincas de la zona.
Después de casi cinco horas de caballo, nuestro cuerpo, poco acostumbrado al trote, nos pide una ducha, un descanso y un mango fresco. El calor y la humedad que envuelve el lugar, tampoco ayudan a hacer ciertas actividades muy llevaderas.
Por la tarde cogimos los paraguas que Yamilé tiene en la casa y caminando por la carretera principal hacia el oeste nos fuimos a ver el mural de la prehistoria. A medio camino, un señor con su carro y su caballo nos hizo una buena oferta imposible de rechazar, para llevarnos a Los Acuáticos pasando por el mural.
Los Acuáticos es una comunidad que vivió en las montañas atraídas por el poder curativo de sus aguas. Hoy solo quedan dos familias que siguen viviendo allí y para llegar a ella hay que tomar un serpenteante camino a 1 kilómetro desde el desvío de Dos Hermanas y al Mural de la Prehistoria acompañados de un guía de la zona. El ascenso hasta la casa azul es agotador pero una vez arriba las vistas del valle son espectaculares y en el fresco porche de la casa es posible tomarse un zumo de fruta fresca o un café mientras se charla con el propietario de la finca. Muchos turistas suben hasta aquí para ver amanecer.
Al anochecer y, a pesar, de la falta de luz, las calles de Viñales se llenan de vida. Algunos restaurantes tienen generadores por lo que los turistas no nos vemos excesivamente afectados por la falta de suministro eléctrico. Lamentablemente, somos unos privilegiados.
En el restaurante La Esquinita sirven sencillos bocadillos que se pueden degustar jugando una partida de ajedrez.
Para llegar hasta Cayo Jutías es necesario coger un taxi que te lleve por lo que podrían ser los 60 kilómetros más largos de tu vida, dos horas por una carretera en un estado lamentable con coche que, posiblemente, hace setenta años vivió mejores momentos. Compartimos colectivo con dos grupos de españoles que se dirigen, también, a la mejor playa virgen de la provincia de Pinar del Río.
Tres kilómetros de arena blanca al final de un islote cubierto de manglares hacen que compita ferozmente con Cayo Levisa, a diferencia de que aquí la única construcción que hay es un restaurante de madera alrededor del cual se concentra la mayor parte de la gente, muchos de ellos locales. Vale la pena pasear con las playas salpicadas de manglares para alejarse un poco y disfrutar de un trozo de playa de agua azul turquesa en la más absoluta soledad, excepto por los miles de mosquitos que habitan en la zona. Es un trozo de paraíso.
Pasadas las cuatro de la tarde, el colectivo nos recogió en el punto acordado para volver a Viñales, no así a la hora acordada. El chofer se quedó dormido bajo una sombra y tuvieron que ir a despertarlo y recordarle que ocho turistas lo estábamos esperando.
El trayecto de vuelta fueron otras dos horas de duro camino que se nos hizo eterno.
Anochece en Viñales y, de nuevo, los cortes de luz dejaron a la población en la penumbra. Solo algunos restaurantes se salvan de la oscuridad diaria gracias a los generadores.
El restaurante Tres Jotas es uno de los locales de moda en Viñales, ofrece tapas y platos de origen español pero también cocina tradicional cubana como el cerdo asado o la ropa vieja. No faltan los buenos cócteles cubanos entre los que destaca la piña colada y el refrescante daiquiri.
Aunque el terreno es a veces montañoso, Viñales es un buen sitio para alquilar una bicicleta. Casi todas las carreteras siguen los valles y son relativamente llanas, aunque el estado del asfalto no sea el más óptimo. El tráfico sigue siendo escaso y los conductores son respetuosos con el resto de vehículos ya sean caballos, carros, motos o bicicletas.
Amanecimos sin luz eléctrica, los cortes son cada vez más habituales y la exposición de varios tanques de combustible en Matanzas no hizo más que agravar el, ya de por si, complicado problema.
Por suerte algunas nubes refrescaron las primeras horas del día y nuestra salida en bici por la zona fue un poco más soportable. No lo fue la vuelta, que en pleno medio día y bajo un sol abrasador, se nos hizo terroríficamente agotadora.
En casi todas las casas ofrecen el servicio de alquiler, pero también hay algunas agencias en el centro de Viñales y el precio ronda los 5€ por medio día, tiempo más que suficiente si una no quiere morir de deshidratación.
La ruta más famosa para hacer el bicicleta es la que discurre por el valle de San Vicente y se accede entre dos mogotes en la misma carretera que va hacia Puerto Esperanza. Es conocido por sus cuevas, entre ellas la de San Miguel y la del Indio. La primera está situada a las puertas del valle, los 120 CUP permiten la entrada a pie a una oscura cavidad de unos 140 metros hasta llegar al otro lado del mogote donde se encuentra el restaurante El Palenque de los Cimarrones. La segunda cueva, muy popular entre los turistas (150 CUP), es una antigua morada indígena descubierta en 1920. Tras un breve paseo de unos 200 metros a pie, se recorre en lancha motora los 400 restantes siguiendo el río subterráneo.
Por la tarde y tras una larga siesta para recuperarnos del golpe de calor sufrido por las temperaturas y el esfuerzo de la bicicleta, salimos a comer un bocadito rápido y a dar un paseo por el valle del Silencio.
La falta de señalización y de buenos mapas de la zona facilitan que perderse por los senderos sea algo bastante habitual. La parte positiva es que todo el valle está salpicado de pequeñas fincas donde poder encontrar a alguien que estará encantado de señalarte el camino correcto para volver a Viñales.
Para cenar, en nuestra última noche en esta encantadora población, elegimos el restaurante Los Olivos de cocina agroecológica de producción propia basada principalmente en el queso de cabra. Sencillo pero fresco y a buen precio, aunque los repetidos y cada vez más habituales cortes de suministros les habían dejado sin hielo para preparar sus ricos cócteles cubanos.