San Juan de Busa 12
22666 Lárrede (Huesca)
Hab: 14 Patricia Fecha de entrada: 31/08/2019 Tarifa: 157€ (AD)
Entre Sabiñánigo y Biescas, a las puertas del Pirineo Aragonés, y con unas vistas espectaculares de las montañas cercanas, en una finca compartida con dos preciosas ermitas románicas se levanta de nueva planta este chalet de montaña, de dos alturas, construido mayormente en cristal y madera. Ubicado en una ladera, hemos de acceder al jardín desde una verja automática corredera que nos abren desde recepción tras llamarles desde un interfono ubicado junto a unos arbustos. Fuera llueve fuerte, y desde recepción nos indican que subamos con el coche hasta la puerta. Nada más pasar la verja metálica encontramos a la derecha un largo (y algo desordenado) aparcamiento sobre gravilla. Al fondo del mismo una casa típicamente aragonesa con un espectacular huerto.
Subimos con el coche por una rampa casi hasta la puerta del establecimiento. Allí, en una rotonda ajardinada encontramos además del edificio del hotel, un precioso jardín con piscina, hamacas, tumbonas, camas balinesas... La persona de recepción ha bajado hasta el coche con un paraguas (de una cadena hotelera andaluza) para recogernos y hacerse cargo de nuestro equipaje y del vehículo (que aparcan en el parking de la entrada). Cruzamos un gran porche, hoy deslucido por el tiempo, y accedemos al establecimiento por una enorme puerta de madera antigua abierta. A cada lado hay sendas mesas llenas de folletos, un libro de firmas, revistas... todo algo desordenado. Tanto que la decoración preparada con antiguos esquís, elementos de montaña, adornos florales, algunos espejos... apenas se ven. Un paso más y tras una puerta de cristal corredera accedemos a la recepción. Esta es estrecha y larga. A la izquierda se abre la sala de estar/bar, con una enorme cristalera con terraza, bajo la que hay un impresionante macizo de flores y vistas al valle. A la derecha hay un curioso banco tapizado como con piel de animal y una mesa anclada. A continuación una especie de muralla de madera tras la que se refugian dos recepcionistas. No hay mostrador, sino una especie de valla de madera con un espacio de tamaño folio sobre el que se pueden dejar los documentos... Detrás de la "valla" un enorme escritorio lleno de cosas (papeles, cuadrantes, cajas, vasos, ordenadores...) y algo desordenado. El recepcionista que nos ha recogido en el coche nos pide los DNIs que transcribe al sistema informático. Mientras imprime los documentos a firmar nos entrega y explica una octavilla con los datos de la reserva, los horarios de los servicios del hotel, la extraña clave del wifi que es gratuito y veloz en todo el edificio... Después de firmar en la pequeña repisa que hay sobre la valla que nos separa de él, nos entrega la llave de la habitación que es una tarjeta con el logo del hotel y un post it con el número de la misma. Un par de pasos más adelante, están los ascensores. Justo enfrente una librería abierta con vistas al salón de estar, la puerta del comedor, cerrada en ese momento, en madera, cristal y con unos coquetos visillos, y un rincón que hace las veces de tienda donde se amontonan, desordenados, jerseys, colgadores, portapajas, muñecos, cuadros... Dos ascensores. Nuevos y modernos. En gris, con la pared del fondo en espejo, botones metálicos y un cuadro con publicidad del spa (de pago) que hay en el establecimiento.Las puertas del ascensor se abren a una planta rectangular, con el centro abierto con vistas a la mesa de recepción desde arriba. Quizá el techo abuhardillado retumbe demasiado el sonido de lo que pasa abajo. Alrededor de ese balcón se abren las habitaciones. Cada una con nombre de mujer. Suelo de madera clara, paredes igual, sólo rotas por las puertas de madera y los cuadros que con ganchillo indican los números de las habitaciones y sus nombres. Además entre algunas habitaciones hay unos grandes cuadros con fotos de niños.
Un paso más adelante está el dormitorio. El techo allá arriba, a cinco metros de altura. La pared sigue con el papel blanco y negro de motivos animales y al fondo una enorme cristalera. El recepcionista que nos ha acompañado hasta la habitación nos enseña el curioso sistema de polea que hay establecido con dos grandes bloques de madera para correr las cortinas que protegen la ventana, que se abre a un pequeño balcón con coqueta barandilla de madera decorada con flores de lis y con vistas al jardín del hotel aquí abajo, a un feo monte ahí delante y a una pequeña torre medieval allí arriba.
Volviendo al dormitorio encontramos, antes de la ventana, y junto a una fina columna revestida en madera con un colgador en forma de diminuta cabeza de animal, un armario de madera sin barnizar, como casi toda la que hay en la habitación, que hace las veces de maletero y de escritorio. Sobre este hay varias carpetas con información sobre el hotel y la zona, y una bandeja de plástico con motivos florales con dos vasos y una botella e agua de cortesía que se agradece. Quizá falte el minibar, aunque con los precios que hay por ahí... Bajo la escalera que desciende del saloncito hay otro maletero de madera negra y cintas de tela, en una zona con varias humedades en la pared. Además un armario con varias baldas abiertas y otro, cerrado, con puertas con tiradores de metacrilato que ofrece un colgador con perchas normales, una pequeña caja fuerte, la bolsa de la lavandería y un par de juegos de zapatillas de baño.
El descanso es correcto, porque el hotel es tranquilo y el entorno más. Aún así, la gran cortina que trata de cubrir la descomunal ventana no consigue evitar que por los laterales se cuele la luz de la mañana. Por otro lado, hasta la media noche avanzada se escucha demasiado el sonido de lo que pasa en la planta inferior (restaurante, recepción...). Durante la noche el silencio es extraordinario.
Por la mañana, en el restaurante ubicado junto a la enorme cristalera y terraza se sirve un desayuno con un cortito buffet. El zumo de naranja hay que pedirlo y se sirve en unas copas poco agraciadas. Quizá puedan destacar los embutidos (longanizas, chorizos, fuets...) de la zona, jamón y queso (aunque estos sean más bien corrientes), algunos yogures, pan y bollería industrial (a destacar los crujientes croissants), cereales y unas máquinas de café, que emiten mucho ruido, pero a cambio ofrecen una bebida más que apañada. Todo ello bastante desorganizado y en muchos momentos desabastecido. Las mesas, con mantel de papel y servilletas de papel y un camarero que hace lo que puede.
Frente a la muralla de la recepción en la salida el personal nos pregunta por nuestra estancia, por si hemos estado a gusto y aunque promete enviarnos la factura por email, esta no llegó. Sale de su puesto para despedirnos en la puerta con un apretón de manos mientras nos entrega dos botellas de agua fresca para el camino. No está mal.
Calidad/precio: 8
Servicio: 7
Ambiente: 8
Habitación: 8.5
Baño: 7
Estado de conservación: 9
Desayuno: 7.5
Valoración General: 8