El despertador retumbó estrepitosamente. Lo apagué de un manotazo y me desperecé de forma ostentosa. ¿Cuántas horas habían transcurrido? No tenía ni idea, pero sentía que había pasado muchísimo tiempo. O no. Todavía era de día. Al mirar por la ventana comprobé que hacía un sol de justicia. Sin embargo, al incorporarme y mirar detenidamente noté algo raro: nadie volaba en el exterior.Nadie. Ninguna persona.Sólo algún pajarillo.Mis ojos se agrandaron como platos. ¿Qué pasaba? ¿Qué ocurría? ¿Cómo es que no…?Y entonces, de pronto, caí en la cuenta.Había sido un sueño.Todo.Claro. Ahora mismo sentía cómo se esfumaban los retazos oníricos de mi mente.Y eso quería decir que…En realidad…Así es.No podía. No podía volar.En este lado del sueño —triste mundo— no se podía volar.El alma se me vino a los pies.Creí hundirme en la miseria.Sin embargo, no estaba todo perdido: sabía lo que tenía que hacer.Me vestí, conté hasta tres y salí a la calle, con decisión. En el primer bar que encontré, pedí lo que necesitaba desesperadamente:
—Una copa de vino tinto.Roberto Malo(el más y mejor cuentista de la banda)
**relato perteneciente a Los soñadores