Esto es precisamente lo que le sucede una noche a Teena Maguire, una mujer de treinta y cinco años que vuelve a casa paseando por el parque con su hija un cuatro de julio. Al llegar a un recodo, es acorralada por casi una decena de hombres y violada salvajemente. La niña consigue esconderse, pero es testigo de los hechos. A la degradación sexual, se le une la física: la violencia ejercida contra Teena la lleva al hospital, donde sus graves heridas tardan en curar. Las psíquicas no lo harán nunca. A partir de aquí Teena y su hija deberán enfrentarse a un largo y complejo procedimiento judicial, en el que no siempre son tratadas como víctimas. Los familiares de los acusados tratarán de que se perciba a la mujer como la incitadora de los hechos: su táctica va a ser convencer al juez y al jurado de que Teena tenía ya fama en Niágara Falls de chica fácil, tanto por su actitud como por su vestimenta habitual. Un concepto muy aceptado todavía por la gente más conservadora. Como cuenta Steven Pinker en La tabla rasa:
"Hasta los años setenta, el sistema legal y la cultura popular solían tratar la violación sin tener muy en cuenta los intereses de las mujeres. Las víctimas debían demostrar que se resistían a sus agresores hasta arriesgar la vida, de lo contrario se entendía que habían consentido. Su forma de vestir se consideraba un factor atenuante, como si los hombres no se pudieran controlar ante una mujer atractiva. También era atenuante la historia sexual de la mujer, como si acostarse una vez con un hombre fuera lo mismo que aceptar hacerlo siempre y con cualquiera. En las demandas por violación se exigían unas pruebas que no se pedían para otros delitos violentos, por ejemplo la corroboración de un testigo presencial."
Ciertamente para la mujer violada la experiencia tiene mucho más que ver con una agresión violenta que con algo sexual, pero en ocasiones (cada vez menos, por suerte) la opinión pública se pone en contra de la víctima, como si quien se viste de determinada manera o tiene fama de promiscua se mereciera ser acreedora de un hecho semejante. En realidad alrededor de un delito tan tremendo como éste, lo lógico es que la gente repudie a sus responsable y ampare a la víctima, aunque Oates no se centre en este asunto, sino en el dolor insoportable de Teena Maguire y su hija, no solo por lo que sucede la noche del 4 de julio, sino por sus consecuencias: por la falta de ganas de vivir de la madre y la desesperación callada de la hija. Mientras tanto esperan con ansiedad la fecha del juicio y han de soportar todo tipo de habladurías por parte de los familiares de los violadores. La vista previa, descrita con bastante detalle por la autora, va a ser un espectáculo bastante duro para ellas.
A mi parecer, la escritora estadounidense, eterna candidata al Nobel, ha tratado un tema tan escabroso de una manera demasiado simplista, casi como si escribiera una crónica periodística apresurada. Se nota que ha querido desarrollar los términos de justicia y venganza, enfrentarlos, y que sea el lector el que decida qué es mejor frente a un sistema judicial que deja desamparada a la víctima desde el primer instante. Solo hay que leer el comentario de uno de los policías que encuentra a Teena violada y malherida: "Se han pasado". Como si existiera cierto margen de tolerancia a la violación.