Como aquellas cosas que no sabemos bien como llamar ni de qué manera referirnos a ellas, la violencia ocurrida en el seno del hogar, recibe muchos nombres. De género, machista, doméstica, familiar, pero sea cual fuere el apelativo escogido siempre estaremos hablando de violencia cobarde.
Hablo del abuso ejercido por un sujeto desde una posición de dominio sobre quienes no pueden o incluso no desean defenderse. Está claro que los casos que abultan las estadísticas y llegan más fácilmente a los medios informativos son los de hombres que pegan a sus mujeres, sin embargo no debemos olvidarnos tampoco de la degradación y maltrato a que son sometidos muchísimas veces hijos, padres, hermanos e incluso maridos.
La característica común es que el agresor infringe daño a otro miembro de su familia de forma crónica, casi compulsiva y de manera cada vez más frecuente y salvaje, sabiendo que el mismo vínculo sanguíneo o familiar con su víctima hace su acción más vil, pero también más impune.
Es habitual que transcurran muchos años de profundo dolor, antes de que un hijo o esposa junten el valor para enfrentarse a su tormento y en gran parte de los casos, esto jamás ocurre o la reacción llega demasiado tarde.
Aquí no estoy hablando de algo como un simple atraco, donde la víctima es golpeada por el atracador que luego huye con sus pertenencias. Aquí el golpeador cohabita dentro de la misma casa y, lo que es peor, dentro del corazón del maltratado.
Es obvio que no bastan órdenes judiciales de alejamiento, brazaletes con GPS o vigilancia policial. Aquí el problema es que el cobarde golpeador compulsivo sabe cómo franquear estos obstáculos y llegar a su víctima a través de un camino rápido y directo, uno que no es posible vigilar con ninguna tecnología: el cariño que el maltratado no puede dejar de sentir por el maltratador.
Estos individuos abusivos son, por lo general, hábiles manipuladores capaces de pasar de la ira al llanto antes de acabar la misma frase. Pueden acariciar una mejilla o destrozar una mandíbula utilizando la misma mano, en el mismo momento y a la misma persona.
Los golpeadores cobardes son también inseguros, irascibles, de carácter volátil e impredecible y en realidad, suelen ser los 'débiles' de la pareja, ya que el destinatario de sus golpes es luego utilizado también como refugio o paño de lágrimas.
Es justamente éste, uno de los principales escollos para resolver el problema. Que la víctima proteja al victimario ante las autoridades y la justicia hace casi imposible evitar que el problema se perpetúe. Los sentimientos confusos del agredido hacen que, superado el aterrador momento violento, pretenda justificar e incluso arropar a su amado agresor.
Mi opinión personal es que si de verdad queremos enfrentar a este flagelo social de forma efectiva, las medidas que deberíamos adoptar tienen que ser tan radicales como la situación exige.
Obviamente, que la policía neutralice al agresor mediante su detención es lo primero, pero además habría que inhabilitar legalmente al núcleo familiar agredido de tomar cualquier tipo de decisión respecto a este. Es evidente y probado que el mismo lazo afectivo familiar es en esta situación un factor de alienación mental a la hora de decidir, un estorbo para alcanzar una solución más efectiva. Existen peritos y especialistas capaces de detectar inequívocamente este tipo de situaciones, pero no hay jueces ni leyes que permitan actuar en consecuencia. Si la persona agredida no presenta cargos, casi nada puede hacerse.
Un ejemplo muy sonado en España es el del profesor Jesús Neira, todos los medios de comunicación nacionales cubrieron este tema durante meses. Un hombre forcejea violentamente con una mujer que aparenta ser su pareja, Neira interviene al percibir que la mujer corre peligro pero desafortunadamente acaba gravemente herido, objeto de la furia de un energúmeno llamado Antonio Puerta, un cobarde golpeador que siguió al profesor para atacarle por la espalda.
Jesús Neira estuvo 68 días en coma por el traumatismo craneal que le provocó Puerta y casi un año y medio después de aquel suceso, su recuperación no es completa. Al momento de ser atacado, el profesor iba acompañado de su hijo adolescente.
Hasta aquí, ésta es una historia cruel e injusta, pero va a peor. Resulta que Sandra, la mujer defendida por el profesor, una vez superado el momento de shock, ha salido a defender a su pareja con vehemencia. Ha afirmado que Antonio Puerta es "una bellísima persona", "que no había tomado su medicación", "que no le estaba pegando" y finalmente acabó sentenciando que "Si Jesús Neira no hubiera intervenido, no hubiera ocurrido nada y que ella en ningún momento ha sufrido malos tratos".
Personalmente y en caliente estos comentarios me generan es repulsión, pero si los analizamos más fríamente, nos indican que la victima está en este caso tan enferma psicológicamente como el victimario. Podría mentir a la justicia o a quién fuere sin ningún reparo por salvar a su maltratador y seguramente volvería a soportar cualquier agresión, a riesgo incluso de su propia vida.
¿Podemos decir entonces que las mujeres golpeadas tienen mucha culpa de lo que les pasa? No lo sé, lo que sí se puede afirmar rotundamente es que no cualquier persona puede ser víctima de malos tratos y soportarlo. No cualquier mujer tolera ser insultada a diario o recibir una bofetada por levantar los ojos del suelo en mal momento o no tener cerveza fría en la nevera. Hay factores 'de riesgo' en la personalidad como carencia de autoestima, sentimientos de culpa e inferioridad que son inmediatamente detectados por sujetos abusivos que necesitan humillar a estas personas para no sentirse tan miserables consigo mismos. Otro ejemplo claro de esto lo vemos también en el 'bullying' o acoso escolar que, con sus matices, se trata de una mutación del mismo fenómeno y casi siempre relacionado con un hogar conflictivo.
Aunque parezca absurdo e irónico, estas parejas de relación malsana se complementan mucho más que la mayoría de parejas 'normales'. Se necesitan adictivamente uno a otro, tienen una dependencia mutua tan poderosa como autodestructiva y comparten a lo largo de su relación momentos de intensa pasión, tanto buenos como malos. Por eso no hay policías ni jueces que valgan para controlar el problema, sólo una acción social inteligente podría disminuir los daños y a pesar de todo, nunca erradicarlos.
Por desgracia hay demasiadas trabas legales, jurídicas, socioculturales y una enorme hipocresía moral, pero si no enfrentamos el asunto apuntando hacia sus raíces, seguiremos leyendo en los periódicos estadísticas de muertes domésticas, ensayando una mueca o comentario de consternación y pasando luego a la página de los deportes.
Quizás haya soluciones e ideas muchísimo mejores, pero lo que no debemos hacer es permanecer mudos e indiferentes mientras los problemas no nos toquen de cerca.
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