Yo por él no siento compasión,nunca en vida él hizo algo por mí.Si es entre él y yo la selección,no me dolerá verlo morir.Sicarios, Rubén Blades.
El fin de semana pasado lo único disponible para ver en el cine era “El cartel de los sapos” —al menos en el horario en que yo llegué—, una adaptación del libro homónimo de Andrés López López. No lo he leído y en mi oficina ya tengo la segunda parte del mismo libro (que tampoco he leído). Lo cierto es que entré con cierta aprehensión a la sala, porque para ver una película violenta, me basta con caminar por Caracas (que cerró el mes de octubre con 532 muertes violentas), y estar atento, o leer la prensa, o escuchar el cuento de cualquier vecino. Pero en fin, cotufas en mano, me dispuse a pasar el rato. Buena producción, buenos efectos, buenas actuaciones...
Me arriesgo entonces, y sin intención de ser axiomático, a comentarles sobre la violencia en la literatura, y particularmente, en las novelas La virgen de los sicarios (1994) de Fernando Vallejo; Plata quemada (1997) de Ricardo Piglia y El amante de Janis Joplin (2008) de Élmer Mendoza. La novela del oriundo de Medellín, también fue llevada al cine alcanzando premios importantes y la historia se desarrolla en su pueblo natal, en donde la mafia, las drogas, el sicariato y la homosexualidad son los temas principales. La rudeza del lenguaje utilizado, enmarca a la perfección todo el entorno hostil y decadente de sus personajes, empezando por Fernando, que siendo ya un adulto, intelectual él, quien exclama molesto: “¿Yo un presunto sicario? ¡Desgraciados! ¡Yo soy un presunto gramático!”, termina envuelto en ese mundo maltrecho de la mano de su amante, Alexis, un analfabeta y joven sicario.
El caso de El amante de Janis Joplin, no es cuento de hadas en comparación a los anteriores, pero tal vez eso que mencioné en el párrafo anterior como “atisbos de humor”, están más exaltados aquí pues su personaje principal David Valenzuela (el tonto del pueblo, alias el “Sandy”), después de cobrar su primera víctima fatal de manera fortuita al meterle un peñonazo fulminante a uno de los Castro (no tiene que ver con los de la isla), su otro yo, su parte “reencarnable” como dice el texto, habla con él, lo incita a delinquir, lo acosa mentalmente a que se vuelva un chico malo (que de hecho no es, pero tampoco es normal), en una ciudad como Sinaloa que al menor parpadeo la violencia te arrastra contigo.
Estas novelas tienen tres puntos en común: la violencia como motor principal de todas las acciones: dice Dorda (en Plata quemada): “La maldad —muy acelerado con la mezcla de la anfeta y la coca— no es algo que se haga con la voluntad, es una luz que viene y que te lleva”. Alexis en La virgen de los sicarios: “corrió hacia el hippie, se le adelantó, dio media vuelta, sacó el revólver y a pocos palmos le chantó un tiro en la frente, en el puro centro, donde el miércoles de ceniza te ponen la santa cruz”.
Como segundo punto, esa extraña voz que los acompaña en sus fechorías, ese otro yo hablante que los instiga y atormenta en sus pensamientos: David dice: “traigo el diablo en la cabeza”, la misma que le decía que “se dejara de pendejadas, que se acostumbrara a su presencia, que sus miedos le importaban un carajo”. En Plata quemada: “Los que matan por matar es porque escuchan voces, oyen hablar a la gente, están comunicados con la central, con la voz de los muertos, de los ausentes, de las mujeres perdidas, es como un zumbido, decía Dorda, una cosa eléctrica que hace cric, cric adentro del mate y no te deja dormir”.
Son infinitos los ejemplos y paralelismos existentes entre estas novelas, que de por sí, merecen cada una por separado, una aproximación más detallada. Esta escueta reseña que utiliza el tema de la violencia en la literatura como eje principal, puede ampliarse mucho más con otros textos que van en el mismo orden de ideas, tales como Rosario Tijeras de Jorge Franco; Animal tropical de Pedro Juan Gutiérrez, textos que no he leído pero que entiendo llevan el tema de la violencia en cada una de sus páginas, o el mismo libro testimonial de Roberto Saviano: Gomorra (que sí leí), pueden funcionar perfectamente para ampliar el tema. Ahora, me pregunto y especulo un tanto: ¿se podrá hablar de una estética de la violencia? Aún no tengo una respuesta, pero lo que sí es cierto, es que cada autor y sus textos, utiliza la violencia como ¿herramienta? discursiva, tal vez para denunciar o simplemente contar lo que la realidad coloca en sus narices, la cual trasciende hasta convertirse en literatura. Hago otra pregunta: ¿pudiéramos llamarlas novelas de reconstrucción social? No lo sé, pero como bien dice Vallejo en su novela: “Cuando a una sociedad la empiezan a analizar los sociólogos, ay mi Dios, se jodió, como el que cae en manos del psiquiatra”.
Infimo glosario:
La tartamuda: la metralletaMaría muñeca: ¿hace falta decir qué es?Un cana: policíaLa finada: la muerteGonorrea: el insulto más fuerte en cualquier barrio de Medellín. El muñeco: el muertoUn camello: un encargo, un trabajo.Hijoeputa y malparido: “las infaltables delicadezas sin las cuales esta raza fina y sutil no puede abrir la boca”, dice Vallejo.