Me temo que antropólogos e historiadores mirarán atrás y dirán que fuimos una nación violenta dentro y fuera de nuestro territorio, pero que con el tiempo la decencia ganó y la violencia cesó. Claro que antes habrán muerto muchos más y el mundo se habrá hartado de nosotros”.
Durante el fin de semana, al menos dos corporaciones de la industria cinematográfica adhirieron al duelo nacional decretado por Barack Obama con comunicados de prensa que pronto quedarán en el olvido. El sábado 21, Warner Brothers y Disney anunciaron la decisión de no difundir las cifras de la taquilla (Inside Movies dixit). Por otra parte, la distribuidora de El caballero de la noche asciende -película a punto de proyectarse en el complejo de cines donde Holmes irrumpió a los tiros- también hizo públicas sus consideraciones sobre el lanzamiento programado de Ganster squad.
En el film de Ruben Fleischer (que protagonizan Sean Penn, Ryan Gosling, Emma Stone, Nick Nolte entre otros), un grupo de mafiosos dispara contra el público durante la proyección de una película. La escena aparece al final del trailer que WB concibió como aperitivo previo a la última entrega de Batman, y que fue sacado de circulación “por respeto a las víctimas de Aurora”.
Los pronunciamientos corporativos difundidos por la prensa del espectáculo terminan siendo funcionales a la idea de que, si los estadounidenses son violentos, es por culpa del cine que consumen. Cuanto más se discute esta variable (si es que se la discute, y no se limita a la hipótesis de la locura inasible y difícilmente evitable), menos atención se les presta a otros enfoques.
La sección Política de la prensa norteamericana amplía un poco el debate cuando señala la “laxitud” de las leyes que regulan la comercialización, portación y uso de armas en USA. El tema es obligatorio después de la denuncia que el mismo Moore realizó en Bowling for Columbine, y adquiere más importancia en plena campaña presidencial cuando periodistas y políticos señalan la enorme capacidad de lobby que tiene la National Rifle Association y el miedo de los candidatos -incluido Obama- a enfrentarla.
“América es un país violento” se titula el post que Kieran Healy redactó el mismo viernes de la matanza de Aurora para su blog. El sociólogo estadounidense compartió dos gráficos basados en información de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD): ambos posicionan a los EE.UU como el país con la mayor cantidad de muertes por asesinato; es abismal la distancia con respecto a la treintena de naciones evaluadas (cabe aclarar que la comparación excluye a Estonia y México).
El material publicado por Healy se condice con datos que Eugenio Raúl Zaffaroni incluyó en el capítulo 23 de La cuestión criminal. “Estados Unidos es el único país con alto ingreso per capita que no logra reducir el número de homicidios”, explica nuestro juez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Su tasa general de 5,5 por 100.000 (de 8,65 en Nueva York y de 8,10 en San Francisco) es (son) “mucho mayor(es) que la de Canadá (1,77 por 100.000), pese a que Estados Unidos tiene un índice de prisionización de casi el 800 por 100.000 y Canadá sólo 116 por 100.000″.
Twit de Moore: ¿cantidad anual de asesinatos por armas en Japón? Entre 0 y 7. Las armas no matan personas – Los americanos matan personas.
Los norteamericanos ofendidos por el mensaje de Moore parecen ignorar, además del posicionamiento de su país en las estadísticas criminológicas mundiales, los efectos adversos de la tan promocionada “tolerancia cero“. Da la sensación de que tampoco conocen las implicancias de una política exterior belicista/ocupacionista (algún televidente recordará aquella emisión de Real time with Bill Maher donde una congresista demócrata y un periodista de extracción republicana se rasgaron las vestiduras luego de que el mismo Michael denunciara la conducta imperialista de los EE.UU).
Cuando el periodismo informa sobre ataques como el de Aurora, el estadounidense medio se resiste a reconocer la sistematicidad que obliga a pensar más allá del brote psicótico del francotirador de turno. El hecho de hablar de locura en singular, como un fenómeno atípico y circunstancial, a lo sumo admite la necesidad de implementar ciertas restricciones a la producción cinematográfica y al comercio interno de armas para reducir las chances de que los enajenados se deschaveten. No mucho más.
Ni la mayoría de los ciudadanos ni los grandes medios de comunicación se muestran dispuestos a realizar una autocrítica más profunda, capaz de considerar por un minuto la posibilidad de que efectivamente estos hechos de violencia sean síntomas de una enfermedad colectiva o “nacional”, sobre la que figuras excepcionales como Moore o Healy intentan alertar.