Tenía ganas de escribir sobre Vis a vis, ya que dejando a un lado que la serie mantiene algunos estereotipos que de vez en cuando se me atragantan, puedo decir claramente que me tiene enganchada y que, además de su estupenda factura técnica y de los arriesgados recursos narrativos que emplea, a nivel de contenido y de personajes tiene elementos muy interesantes que me gustaría destacar.
Pero antes quisiera manifestar mi preocupación porque, para mi gusto, a l@s guionistas se les está yendo un poco la mano con el drama y las muertes. De hecho, en los últimos capítulos (6-10 de la segunda temporada) han muerto la madre y el padre de la protagonista, ésta se ha quitado de en medio a un terrorista internacional, su hermano se ha pillado la mano en una trampa, una reclusa le ha clavado un bolígrafo en la carótida a su marido durante un careo y parece que la tendencia seguirá en el capítulo de hoy con la Rizos (esperemos que me equivoque). Por ello vivo en un constante temor a que la trama devenga en un delirio demencial de violencia al más puro estilo Los hombres de Paco y que en el último capítulo se acaben cargando hasta al apuntador mientras sin comerlo ni beberlo se lanzan a cantar el Se me olvidó otra vez como si fuera un musical y que el surrealismo alcance cotas insospechadas.
Ya me he desahogado. Ahora voy a lo bueno o, mejor dicho, a las malas.
«Las niñas buenas van al cielo y las malas a todas partes»
Cuando tenía 12 o 13 años cayó en mi poder una camiseta donde se podía leer: «Las niñas buenas van al cielo y las malas a todas partes». Al lado aparecía el símbolo feminista y una mujer con el puño en alto. Nunca he sabido de dónde salió aquella camiseta pues nadie en mi casa (ni mi madre ni yo) se reconocía como feminista por aquel entonces. Siempre lo he interpretado como una señal, aunque con los años le he puesto matices a la frase.
Porque, ¿quién determina lo que es una buena o mala mujer? ¿Se puede ser buena persona y no encajar en el estereotipo de «niña buena»? ¡Por supuesto! A fin de cuentas ese cánon lo ha creado la cultura patriarcal. Todos los arquetipos de mujeres malvadas que la cultura (en un sentido amplio) ha creado a lo largo de la historia, la mayor parte de las veces no se corresponden con una verdadera maldad sino con la transgresión de la normatividad (hetero)patriarcal del momento. Así nos encontramos con Lilith, con las brujas, las vampiresas, la femme fatale, la puta, la seductora, la adúltera… Toda aquella mujer que se salía del redil, toda la que no se conformaba con ser el ángel del hogar o la doncella desvalida, todas las que reclamaban derechos, tenían conocimientos que el sistema consideraba peligrosos o vivían su sexualidad como se les antojaba… todas, invariablemente, eran estigmatizadas y convertidas en algo monstruoso, pérfido… malvado, a fin de cuentas. Ya lo dice Belén Cano en su texto «Las mujeres malas en el romancero»: «La mala mujer es la que se muestra, la que mira, la que expone su cuerpo; la sola mirada es una injuria». En la misma línea iba aquel “estupendo” manual para inquisidores del siglo XV que fue el Malleus Maleficarum (El martillo de las brujas) y que, tal como recoge Ángeles Cruzado, describía a la mujer como «engañosa, malévola, peligrosa, como una trampa, diabólica».
La libertad de las mujeres todavía hoy sigue siendo penalizada. De ahí la creencia de que las «chicas malas» se mueven con mayor libertad porque han escapado del corsé. Pero siendo eso verdad con los matices mencionados, ¿qué pasa con las malas malísimas? ¿Estamos predestinadas las mujeres a la no-violencia? ¿Podemos ser malas redomadas? ¿Se nos permite ser simplemente humanas y equivocarnos o actuar bien o mal según las circunstancias?
Zulema (Najwa Nimri) es, sin duda, la mala-mala (malísima), pero aun así es una superviviente, una mujer inteligente que ama (a su manera), que acumula dolor y sufrimiento y que lo canaliza a través de la violencia. Zulema es en cierta forma una Scarlett O’Hara dispuesta a pasar por encima de todo y de todos para sobrevivir, pero pasada por el tamiz de la discriminación y de la violencia recibidas y aprendidas.
Saray Vargas (Alba Flores) encarna a la mala-buena. Es “amiga” de Zulema y, por lo tanto, forma parte del “eje del mal” de la prisión desde el principio de la serie. Sin embargo, Saray ama con devoción a Estefanía (Rizos) a pesar del rechazo de su familia a su opción sexual, lo cual le genera un tremendo dolor por no sentir el reconocimiento de estos, por un lado, y por no ser correspondida del todo, por otro.
Por último, apartado especial merece el personaje de Maca (Maggie Civantos) que ha pasado de ser una niña bien, pavisosa y cándida, a caer en el lado oscuro llegando a asesinar, amenazar y manipular para sobrevivir, para crearse un nuevo rol dentro de la prisión. Y todo ello, al contrario de lo que pueda parecer, la ha convertido en un personaje mucho más atractivo, intrigante… Maca sería pues la buena-mala, la víctima que se ve obligada a convertirse en verdugo y que, como dice Eduardo Haro en «La buena chica mala, la mala chica buena» hablando de Rita Hayworth en La dama de Shanghai (1948), «es buena y, de pronto, revela su maldad».
Maca nos hace preguntarnos a todas/os, como espectadoras y espectadores, sobre nuestra propia cuota de maldad (ya lo decía Amelia Valcárcel: «Tenemos derecho a nuestra parte de bien y a nuestra parte de mal, lo que sea que se reparta tenemos derecho a la mitad»), sobre nuestros contextos, sobre nuestras circunstancias, sobre nuestros cambios… Y sí, es cierto, en Vis a vis, la maldad no está asociada a la libertad -por obvias razones-, pero sí a la búsqueda de la misma…
Seguiremos observando y viendo cómo evolucionan estos personajes. Me voy a ver el capítulo 11.